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viernes, 12 de marzo de 2010

Sombras de Santiago



Son caminantes y nada más. Senderistas encaprichados de moda modernista. Con el jersey al cuello y las manos en los bolsillos; caprichosos del analfabetismo y la indecencia; soñadores de piedra, ignorantes de la senda; paseantes del vacío, moradores primigenios de una nula dimensión.

Peregrino no es aquel que peregrina; no es aquel que tiene una meta; no es aquel que hace el Camino de Santiago; no es aquel que se dice a sí mismo que es un peregrino; no es aquel que tiene un motivo; no es aquel que tiene una credencial sellada; no es aquel que tiene enmarcada la Compostela.



La luz del amanecer se abre paso y desde más allá de los pináculos de una catedral se percibe la llegada de la mañana, una nueva brisa que penetra en el alma de unas llamas vivas que ya con el alba han iniciado su caminar.



Menos mal que quedan personas que como espíritus puros sienten las llagas y las ampollas como placeres de un futuro esperanzador; que tienen fe en sus almas dentro y fuera de las mismas; que anhelan la calma y el sosiego de cualquier bucólico lugar; que elevan cualquier conversación a dicha; que dicen sin hablar; que se entienden sin conocer; que beben con necesidad y comen con hambre; que caminan sin andar.

Gracias que existen lugares con umbrías sombras y calientes solares; con amables ‘paisanos’ y desagradables gentes ‘de cualquier lugar’; con encanto musical y sonoros silencios; con mistol y sin agua caliente; con flechas amarillas y con rotondas envolventes; con sabanas y nada más.



Nunca se podrá olvidar un dolor en cualquier bajada; ni todas aquellas piedras fieles de una férrea cruz; ni aquellas siembras de abonos terrenales; ni aquellos “buen camino” acompañados de cansadas sonrisas; ni aquellas conversaciones clases improvisadas de lenguas extrañas; ni aquellas lecciones de orgullo en el caminar.

Ya sin vista ni dolor se percibe un mar de atardecer desde un campo de casas prefabricadas, donde el sueño se hace realidad y las palabras dejan de sonar, para decir que se ha llegado a ningún lugar; que el fin está en la mano; que se acaba el camino, y se acaba el caminar; que la vida vuelve a empezar sin haberse acabado jamás; que, en fin, hay que volver cada uno a su ciudad, que mañana hay que currar.



Carlos Postigo

1 comentario:

  1. Magistral disección de esos páramos desnudos donde es incapaz de vestirse la razón. Iniciaste un camino del que aún no has regresado, que no acaba en la palma de la mano sino en su anverso, esa loma irregular a cuyo impulso despega a volar un pájaro sin alas ni esperanza.

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