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sábado, 27 de marzo de 2010

Max Estrella y la noche



Y la noche se transformó en un ladrido bohemio con la luz de una farola por luna. Y el teatro salió a la calle, la calle de Madrid, Madrid de Valle-Inclán y su antihéroe Alejandro Sawa.



Como un rebaño trasnochado de utopías extranjeras, Don Máximo Estrella se encarnó en un conglomerado de partículas impersonales y anduvo, hasta el cansancio de una visión deforme en un espejo, hasta que la vida le pudo en el portal de su propia casa.

Noche esperpéntica al abrigo de ideologías ajenas, de vinos en una chocolatería y de anuncios culturales en un antiguo calabozo. De susurros incoherentes en una coherencia mayoritaria y de un respecto abrumador hacia el teatro y sus ahijados.



También momentos de cansancio y pedantería bajo una noche de inicios de primavera, de aire frío al resguardo de una Puerta del Sol donde los hoteles hacían de Madrid una ciudad vanguardista y las religiones hacen de banda sonora al esperpento.

Siempre quedarán bohemios disfrazados de sí mismos y uno mismo disfrazado de bohemio; siempre nos quedará la utopía aquí abajo, en el fondo de la memoria, más allá del alma.



Siempre encontraremos una noche amiga, o un amigo en una noche para tomar un vino y soñar, y remover, y destruir todo aquello que la vida nos ha impuesto. Y seguiremos hablando y hablando hasta que a medianoche, cuando el alba del oficinista se anuncia, volvamos al sopor del sueño reconfortante pero iluso en el porvenir.

El destino de una juventud suicida quedará en los pliegues de nuestras arrugas, allí donde un recuerdo ha grabado con su cincel heridas que un día fueron flores y aguardientes de placer.




Pero hoy vemos pasar a Max Estrella y con él a su Cofradía, compañía de seres muertos, buscadores de un dorado que dejó de brillar, pero que en el fondo da sentido a una noche mágica, la noche de Valle-Inclán; la noche de Max Estrella.

Carlos Postigo

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