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jueves, 18 de marzo de 2010

Eros Tanatos y Cibeles



Son las dos de la mañana en una noche muy fría de Madrid. Daniel, Gustavo y yo vamos bajando por Gran Vía hasta desembocar en Alcalá. La última cerveza que nos hemos tomado nos hace reírnos de calor. Alimenta nuestro ingenio y agudiza nuestros sentidos haciendo que sintamos más hondamente los cuchillos de la oscuridad. Las farolas nos miran de reojo al pasar, pero nosotros seguimos divirtiendo a los transeúntes con nuestras mofadas. Reímos y reímos.

En la acera de enfrente nos esperan nuestros autobuses de regreso a casa. Somos tres y tres diferentes vidas, tres distintos colores, tres viajes nada semejantes. Estamos en Cibeles y tenemos que pasar por el subterráneo que da a la Plaza, inicio de nuestra separación.



La alegría inunda nuestras áureas haciendo que miremos con orejeras, hasta que un destello casi minúsculo llama nuestra atención. Giramos la cabeza y vemos la escena, el amor y la muerte unidos por una jeringuilla; Tánatos y Eros con Himeneo bajo el émbolo. Una yonki arrodillada ayuda a meterse un chute a su pareja. Este es el resumen.

Él, recostado contra la pared con el brazo extendido mirando impaciente el brillo de la aguja reflejando el escueto hilo de luz de una escuálida bombilla. Ella en cuclillas, con una mano sujetando el brazo del delito y con la otra, bajo un temblor acusador, empujando el objeto del crimen hasta que el rojo sangre llena todo su ser. Y aquí se detiene la escena.



Aquí nosotros iniciamos nuestro camino de perfección espiritual; nuestra senda de madurez. En este momento de construcción destructiva, donde el futuro ha dejado de escribirse, la chispa de la conciencia ataca nuestras almas y la ilusión se nos cierra en banda. La desesperación y la caída al infierno rellenan nuestros poros menos permeables de la noche y una mueca de hoja roja asoma en nuestra faz.

Nuestra juventud ha quedado marcada, herida, subyugada al destino inexorable, al tiempo asesino. Nuestra ingenuidad ha sido maltratada hasta su último escombro y esparcida por la ciudad. Nuestras ideas han fallecido. Somos finados con tan solo veintitrés años, cenizas de una infancia irrecuperable e irreversible. Acabamos de ser paridos por la madre Vida con esperma del padre Tiempo. Somos recién nacidos, hijos de la última oportunidad.



Iniciamos el ascenso por las escaleras mirándonos de reojo, sin decirnos nada; la comprensión se perfila en nuestros rostros, no hace falta hablar. Nos deseamos un buen domingo. Cada uno montamos en nuestros destinos e iniciamos nuestra partida al hogar familiar; allá donde nos espera una cama caliente y una voz que nos pregunta si ya hemos llegado. Me quedo con las ganas de contestar que hoy, acabo de salir... De la niñez. Que hoy, ya soy viejo. Que hoy... empiezo a morir.




Intérprete: Saxofonista callejero

Carlos Postigo

1 comentario:

  1. Madre mía.......qué recuerdos.......has devuelto al hábitat cinético de mi memoria unas imágenes deportadas al terreno malicioso del olvido, magníficas tus referencias, Carlitos, sólo una pequeña nota, siempre dentro de mi humilde opinión......no comenzamos a morir, sino que comenzó nuestro despertar......un abrazo.

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