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martes, 30 de marzo de 2010

El aprendiz de brujo - Tahir Shah.




Peligrosas son las ideas por sí mismas, independientemente de su contenido, el cual no deja de ser un asidero mental de distinto molde para nuestro vértigo emocional y experiencial. Las ideas como prototipos, nos hacen ver a través de Maia, dirigen nuestra observación hacia la tergiversación de la realidad moviéndonos endogámicamente hasta la autodestrucción sin fin.

Paseando por los instantes, a veces, pisamos una pequeña esquirla que araña sutilmente este velo causando una desgarradura en nuestra mente y provocando que las arterias supuren espasmos orgásmicos. Se inicia toda una serie de procesos naturales en nuestro organismo tendentes a una nueva adaptación a un virginal medio carente de uno mismo. Y claro, volvemos a renacer.

“El aprendiz de brujo” es un pequeño cincel que arremete contra el paludamentum de la realidad perceptiva, ese sayo protector pero miserable en su pobreza. Abre una pequeña brecha en el día a día de nuestras idealizaciones provocando un parto de agónica lucidez, pero exultante de inacabables climax.

Si el espiritualismo védico y sus derivados son el blanco, Tahir nos muestra el arco iris parapléjico, nos descubre el motivo del movimiento y la finalidad de la mixtura. Viajamos al final de la noche para regresar sosegados ante la impunidad del delito ya denunciado hace unos días por un tal Platón.

Asia no deja de ser más que una habitación más de nuestro hogar, con sus cuadros y sus mesillas de noche; algo extrañas como el resto de la casa, pero en definitiva, excluyendo modas dialécticas a parte, no deja de ser un desierto por repoblar de miradas atentas. Y viceversa.

Carlos Postigo

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