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domingo, 5 de septiembre de 2010

El Espejo


Me dirijo al vestidor. No es la primera ni la última vez que tengo que coger algún calzado o prenda de vestir; pero hay una cosa que parece haber cambiado. Es como una sensación, porque hay un espejo que pareciera no haber estado nunca ahí; pero por otro lado, no entiendo como nunca lo eché de menos.

¿Quién ha podido dejar ese espejo ahí, sobre el piso, sujeto por un pie retráctil?

Siempre estuvo ese espejo ahí; pero nunca, hasta ahora, me he percatado de su existencia.

Miro en su interior y, horror, eso no soy yo. No puedo ser yo. Alguien, con una elegancia indescriptible, me mira desde el otro lado. Intento leer en sus ojos y no me veo en ellos. Eso de ahí, no soy yo. Es solo un espejo de pié.

Me muevo para comprobar mis temores; pero no hay forma. La imagen del espejo se mueve de forma sincronizada conmigo; pero yo sé que ese reflejo no soy yo. Si no soy yo ¿Quién pudiera ser entonces?

Intento olvidarme de esa sensación tan extraña y cojo una camisa que ponerme. Según me voy vistiendo contemplo como el reflejo del espejo repite mis mismos movimientos; pero yo sé que ese no soy yo, me consta. El calzado es del mismo color marrón, los vaqueros son azul marino y lo más extraño de todo los calcetines blancos; pero si yo nunca he usado calcetines blancos de algodón. Me miro y “vualá” también son blancos los calcetines que me estoy poniendo.

Intento obviar al dichoso espejo y me retiro. Curiosamente, el reflejo hace lo propio y desaparece. Lo cierto es que no sé si ha desaparecido o no porque no tengo opción de comprobarlo. Me vuelvo a acercar para comprobar que se ha ido; pero al mirar en su interior compruebo como el maldito reflejo sigue ahí y me vuelve a mirar. Eso no puede ser, esos ojos no son míos. Esa mirada fría y calculadora no puede ser la mía. Sí, seguro, es la de otro que me ha tendido una trampa.

Hace unos días ese espejo no estaba ahí en el vestidor; por lo menos yo no tengo constancia de haberlo usado anteriormente. Además, yo vivo solo en esta casa y nadie tiene llave más que yo. Solo yo pude poner ese artefacto en el vestidor. Solo yo puedo ser el conspirador; pero ¿porqué, conspiro contra mí mismo? Nada tiene sentido. Nadie conspira contra sí mismo. Además ¿Qué motivo tendría para poder conspirar contra mí?

Cojo una bolsa de la basura, de esas que se utilizan en las comunidades, bastante mayor que las normales y meto dentro el espejo. No sé es como si me diese mala espina. No puedo ver al ser que me mira desde su interior y que sé verdaderamente que no se trata de mí. Cuando tenga un rato bajaré a tirarlo a la basura. Ahora tengo que irme al trabajo, cuando regrese lo haré.

¿Dónde está la bolsa con el espejo dentro? Acabo de regresar del trabajo y me preparaba a bajar el espejo que envolví en la bolsa de la basura; pero ya no se encuentra ahí. Si nadie tiene llave de la casa, es que me han robado; pero miro por todas partes y no echo en falta nada salvo el maldito espejo. Ya no me queda ninguna duda de que tengo que ir al médico de familia y que me mande al psiquiatra. Lo que está sucediendo no está nada bien. Un espejo que no debía de estar, luego si está y luego deja de estar. Si nadie está jugando conmigo, entonces soy yo quien estoy jugando conmigo mismo. Sí, eso es, necesito un psiquiatra; pero iré mañana. Ahora tengo que acostarme y descansar un poco. Ha sido un día de mucho calor.

Me dirijo al vestidor para, como de costumbre, vestirme y lo primero que hago es mirarme en mi espejo de toda la vida. Me veo más guapo que nunca. Nunca me ha traicionado este espejo de plata tan bien realizado. Me calzo y después de ponerme la camisa coloco la corbata sobre el cuello de la camisa. Un nudo para acá y otro para allá. Una vuelta para acá y otra para allá. Nunca hubiese podido ponerme la corbata sin la ayuda de mi apreciado espejo y que me regalara mi madre. Ahora debo volver al trabajo y espero que, cuando regrese, el espejo siga ahí. Tonterías, porqué no va a seguir ahí, me digo.

ARALBA

Fotografía de cabecera: "Escalera" - Chema Madoz

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