viernes, 21 de enero de 2011
La Juventud está plagada de vitalidad
Ciertamente, la Juventud está plagada de vitalidad y en muchas ocasiones no deja distinguir hasta donde llega nuestro vehículo de carne y huesos. El Espíritu es inmenso y sobrepasa las posibilidades de los átomos que componen el cuerpo. La Consciencia es el oxígeno que alienta el incendio de la propia vida. Valentía yo diría ante un Mundo viejo y que no desea el cambio.
El Don de la palabra está para poder comunicarnos sin frontera alguna; pero el mundo viejo no quiere escuchar ciertas cosas. Entonces las ideas bullen en nuestras mentes y se retuercen hasta que explotan como entidades vivas e independientes. Si no las dejamos salir para que cobren vida propia y respiren el aire que nosotros respiramos, nos matan.
El destino lo auto-creamos a cada paso como dice la canción de Antonio Machado. No debemos volver la mirada hacia el pasado salvo que queramos convertirnos en estatuas de sal. No debemos recoger telares a nuestro paso y que carguen nuestros bolsillos hasta el punto de impedirnos levantar el vuelo. Debemos enfrentarnos ante el fin, que será el principio de algo nuevo, lo más ligeros de carga.
El miedo nos paraliza hasta tal punto que nos impide andar el camino que desde tiempo inmemorial nos hemos impuesto. Pensamos que de ese modo podremos alimentar nuestros cuerpos, ansias y expectativas; pero lo cierto es que nos mantiene pasivos y alimentando a otros, como si de una res lechera se tratase. El movimiento es vida. La parálisis muerte.
El Dios que vive dentro de nosotros, necesita aire para nacer y espacio para crecer y gobernar los mandos de su vehículo. Siempre la palabra; pero sobre todo la escrita desea llegar a otros, no para que la repitan como papagayos, sino para que haga las funciones de semilla que incite en otros el despertar de su propia consciencia.
La Verdad, el Conocimiento en mayúsculas, se va formando como el camino; pero siempre huyendo de doctrinas y consejos exteriores. Hubo alguien que quiso ir hasta el fin del mundo para levantar el vuelo y marchar al cielo; pero por el camino a su túnica se iban pegando objetos que la gente quería mandar al mundo de los dioses. Cuando parecía que el tal había llegado a su destino, con gran pesar se puso a llorar, dado que tantas cosas inútiles llevaba encima que le fuera imposible despegar.
El Verbo está condenado a convertirse en Dios, pues nunca dejó de serlo. (Michael Ende)
Muchas gracias Carlos, por esta magnífica oportunidad.
ARALBA
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Cuanta filosofía y saber hay en estas palabras mi querido Aralba. Un saludo. Jose
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