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sábado, 1 de enero de 2011

CLAUDIA ADELINA

CLAUDIA ADELINA
No, ni mucho menos, no era un domingo cualquiera, el dolor se había agudizado hasta niveles que tendían al infinito, dejando un escaso y estrecho margen al descanso, de unos 8 minutos, para luego volver a recrudecerse en dura y angosta agonía.
Por ello iniciamos el viaje, el alba aún no había mostrado su rostro, aunque todo parecía indicar que no se haría de rogar, mientras tanto, el cielo tornaba su manto de color grisáceo, y extendía sus dominios hasta el lejano horizonte. El sufrimiento hacía mella en su delicado semblante, empero, ella no permitía que ni una sola lágrima hiciese acto de presencia en sus delicadas mejillas, y únicamente unos breves y tímidos quejidos, como aulliditos de un gatito que teme el abandono en la oscuridad, se escapaban entre sus fríos y a veces temblorosos labios.
Mientras las gotas de gélida lluvia caían, pizpiretas y en ocasiones desafiantes, mojando el desgastado e irregular asfalto, yo conducía haciendo un alarde de autocontrol, intentando, ¿en vano?, mostrar una falsa e hipócrita tranquilidad, trasmitir una calma que, obviamente, no era fiel reflejo de las emociones encontradas del interior de mi ser, dónde los nervios me estrangulaban, dejándome sin aire, sin capacidad de raciocinio, sin atención, sin concentración, mostrando únicamente a la realidad visible, una estúpida sonrisa que dibujaba mi boca en un boceto de dudoso gusto, de heterodoxo procedimiento…..
Hacía 48 horas que ninguno de los dos habíamos visitado los oníricos reinos de Morfeo, pero la ilusión, que en aquellos momentos cimentaba e inundaba cada rincón de nuestro ser, nos hacía proseguir como si llegásemos de un fastuoso descanso en un lugar paradisíaco, engañaba con felonía a nuestras articulaciones y nos hacía desplazar como si nuestros músculos gozasen de un frescor vigorizante.
Las siguientes 6 horas, si bien las recuerdo a la perfección, se vieron eclipsadas por el desenlace final, señorita que atiende, sillas en las que sentarse, vuelta al vehículo, coger bolsas, más bolsas, más ropa, vuelta a la sala, ella no está, ¿dónde está?, nadie lo sabe, busco acongojado, encuentro, llamada, respondo, acudo, sala, hormonas, tubos, hemorragias, flujos acuosos, doctor, enfermeras, llamada, teléfono, conversación, orina, sangre, flujo, sangre, quejidos, calma, monitores, sangre, papel impreso, aversivos sonidos metálicos y chirriantes, ojos desencajados por el agotamiento y el dolor, incertidumbre, movimientos nerviosos y repetitivos de león enjaulado, ella, yo, ella, yo, ella, yo, los dos en simbiosis, ninguneados por un tercero que a la vez iba a ser la razón de nuestra existencia, todo ello, repito, eclipsado por el desenlace final.

- Rápido, rápido, colóquese detrás.

Yo, atontado, reproduzco maquinalmente las instrucciones recibidas, mientras que el cuerpo que se haya delante de mí, lucha extenuadamente, con el sudor frío que zigzaguea por su frente, con el aire expulsado de su cuerpo como si con ello tratase de desterrar el mal que convive ajeno a nuestro día a día. Todas las miradas confluían en un único punto, todos temerosos, pero a la vez expectantes de lo que parecía un ensueño, brumoso, de oleaje inconstante, de un color dorado que se alimentaba de nuestras esperanzas.

Por fin ocurrió, un nuevo ser había llegado al mundo, un nuevo corazón latiría para mantenernos vivos, unos pequeños pulmones nos harían respirar mucho mejor, un pequeño cuerpecito se convertiría en la razón de nuestra existencia, las lágrimas brotaban de nuestros ojos con alegría y alborozo, nuestras sonrisas emergieron por fin de modo natural, mis dientes mordían mi labio inferior por el gozo y la dicha, mi corazón se engrandeció, expulsó de mi cuerpo al resto de órganos, pues no cabía ningún otro, todo lo ocupaba ese portentoso músculo de movimientos rítmicos e incesantes. Pero, sin duda, lo más reseñable y, por ende, el momento que se detiene en mi memoria, ocupando su trono de marfil, es aquel instante en que la pequeña, dos segundos después de nacer, justo en el momento anterior de llegar a mis entumecidos brazos, abrió sus ojos de par en par, como dos mundos de estrellas que iluminaron la habitación con fosforescencia cegadora, con una expresión que tradujo al español mil sensaciones desconocidas, sólo entendibles por la experiencia vivida, sólo asimilables por el contacto etéreo de quién ama a otro ser sin condiciones, sin razones, amor puro, delicado, emocionante, apasionado, conmovedor, enternecedor, delirante, atento, suave, considerado, entusiasta, ardiente…………….SE HIZO PLAUSIBLE aquella canción del grupo zaragozano:

“ La primera mirada es la que vale
Eso ya lo enseñan las madres…….”

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