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domingo, 31 de octubre de 2010

Jabato IV


Un día el dios principal me cambió el agua y volvió a cerrar el techo, como de costumbre; pero no cayó en la cuenta de cerciorarse que la malla metálica hiciese un buen contacto con el resto de la estructura. Esa fue mi oportunidad soñada.

El día 20 de julio, cuando contaba con cuatro meses de edad, encontré el medio de poder hincar mis dientes y empezar a roer. Solo fue cuestión de tiempo. La libertad me esperaba impaciente al otro lado de mi prisión. Durante mi arduo trabajo, mi mente empezó a realizarse múltiples preguntas que ahora hablando con vosotros comprendo.

¿Quién era yo?, ¿por qué nací prisionero?, ¿eran buenos o malos mis amos?, ¿sabían o no sabían lo que hacían? Si hubiesen sido malos yo no viviría, me habrían comido o me hubiesen dejado en manos de las fieras para servirles de alimento. Recordé cómo en cierta ocasión mis dioses llamaron a un lugar del exterior para ver si nos querían ¿cómo se llamaba?..., ah, sí Aquarium de Madrid.

Los dioses de aquel lugar dijeron al dios principal que nos llevaran allí ya que ellos podían darnos buena utilidad. Si el Amo nos hubiese trasladado al aquarium, nos hubiesen entregado como alimento a serpientes, boas y pitones; además, si fuesen malos, no nos acariciarían como lo hacían, suavemente y procurando no hacernos daño; pero ¿por qué no nos dejaban correr por el mundo en libertad?, ¿por qué?

Esas eran mis preguntas, pero yo no cejaba en mi trabajo de roer. Al otro lado se encontraba la libertad. De forma inexorable, mis dientes conseguían el objetivo propuesto por mi pequeña mente. Después de algunas horas de oscuridad, el butrón llegó a ser lo suficientemente grande y pude sacar mi cabeza primero y mi cuerpo después. Intenté asirme en algún lugar, pero el precipicio fue lo único que encontró mi pequeño cuerpo. Fue un pequeño golpe pero me encontré en una terraza cuya puerta al mundo interior se encontraba cerrada. Tras una verja se encontraba un inmenso abismo que pude atisbar con mis pequeños ojos. Yo me sabía valeroso y fuerte. No debía de tener miedo. De hecho no lo tuve y me lancé a la obscuridad de un precipicio desconocido.

Todos mis congéneres no dejaban de llamarme. Jabato ven a por nosotros y danos la libertad. El murmullo del viento se mezclaba con sus voces mientras yo seguía cayendo hacia lo desconocido y sin poder hacer nada más que revolverme en un vacío desprovisto de cualquier tipo de soporte donde agarrarme. La libertad me encontró de forma brutal. Nuestro abrazo fue mortal. El duro pavimento recibió mi cuerpo y la vida se me escapó. Intenté incorporarme pero no pude. Debía levantarme y llamar con sonidos sordos al dios principal. Ahora entendía lo que era la libertad. Era demasiado tarde, mi Vida se escapaba del cuerpo y...

Pronto amaneció y contemplé con los ojos del espíritu cómo florecía el día. La belleza era inmensa. Jamás había visto algo semejante. Cuando los dioses despertaron me estuvieron buscando; pero lo único que pudieron encontrar fue el cuerpo sin vida de un pequeño roedor. A mí me perdieron para siempre pues yo era un hámster que ahora vivía en otro lugar. Un lugar llamado Libertad.

Los Que creía que eran dioses enterraron el cuerpo inerme al pie de un árbol en las cercanías del zoológico de Madrid. Una vez realizado el acto ritual se alejaron por un sendero. El pequeño Miguel miró hacia el lugar donde estaba enterrado y creo que pudo ver el haz tractor que surgió de nuestra nave. El Niño avisó a sus padres de que había visto una palancana invertida en el cielo. Los padres se echaron a reír y agradecieron que su hijo tuviese tan viva imaginación.

Por la noche, furtivamente, el padre de Miguel, el pequeño dios, a quien yo denominase como gran dios se acercó al lugar donde debiera estar enterrado mi cuerpo y cavó brevemente para encontrar que el féretro estaba intacto pero vacío.

_ Bien hecho, Jabato- Se dirigió el comandante de la nave Nexo a quien había desarrollado el relato-, ha sabido usted cumplir con su misión de prospección. Ahora solo me resta realizarle una última pregunta.

_ ¡Señor!- asintió Jabato.

_ ¿Considera que la humanidad se encuentra preparada para ser aceptada en la confederación de Planetas Unidos?

La cara de Jabato mostró un rictus de incertidumbre, durante un breve instante, pero enseguida respondió a su superior.

_ Comandante Trueno, la humanidad está muy avanzada tecnológicamente; pero me temo que todavía le queda mucho para poder ser considerada como una civilización digna de nuestra Federación Interplanetaria. Todavía consideran que la Libertad es un privilegio para una minoría de sus congéneres.

_ Siento escuchar eso, Mayor Jabato. Tendremos que seguir mandando comandos prospectores durante algunas generaciones más.

El Padre de Miguel según se dirigía por un sendero, de regreso a su auto, pudo ver una pequeña luz lenticular que se elevaba a gran velocidad hacia las estrellas. Entonces recordó las palabras de su hijo y que tanto el como su esposa habían tomado como una fantasía infantil.

Ahora quien conociera Jabato como el gran dios, sabía que aquel hámster no había sido un simple animal de compañía sino un enviado encubierto que, por motivos que se le escapaban, había estado vigilando a su familia, quizá como una muestra significativa del conjunto de la humanidad.

Jamás hablaría de este suceso con nadie; pero en su mente surgió un breve pensamiento cuando imaginó que algún día otro Jabato, en el futuro, podría visitarles.

FIN
FINE
THE END

Pensator

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