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jueves, 27 de mayo de 2010

Cuentos Impíos - ¿Regreso?


¡Que no se pierda la esperanza!
Tras treinta años, almas íntimas se encuentran.
-Reina, hace ya tiempo que no nos vemos. Tú casaste con alguien de tu propio Credo. Me he enterado. Te acompaño en el sentimiento por su pérdida. Yo por el contrario estoy divorciado y con un hijo.
-No sabes lo que me agrada verte de nuevo, Francisco. Yo también siento lo tuyo.
-No lo sientas, mi amor, la vida da muchas vueltas; pero en el fondo, se trata de una escuela con nota. Vosotros os apegáis a las tradiciones temporales. Creo que dais demasiada importancia a la manutención de la genealogía. Es natural cuando uno se siente parte del pueblo escogido. ¿Dónde quedamos los gentiles? Compartimos el mismo A.D.N.
-Hace tiempo, Francisco, que me percaté de ello. Nos empeñamos en ponerle un rostro a nuestro dios y curiosamente, esa faz, se parece sospechosamente a nosotros mismos. Si todo eso lo hubiera sabido entonces, ahora podríamos ser una pareja feliz, sin importarnos, a cada uno, la creencia del otro.
-Quizá, quizá no mi reina. Quizá todo hubiese acabado como el rosario de la aurora. Éramos muy jóvenes y sin experiencia, a pesar de ser almas gemelas.
-¿Almas gemelas, Francisco, que te hace suponer eso?
-Se me ha ocurrido al leer el último libro de nuestra amiga Esther “Déjalo, ya volveremos”. Nunca tuvimos la oportunidad de descubrirnos el alma. Yo también estuve en la pedriza y también sentí vértigo y también tuvieron que ayudarme a bajar.
-Es curioso, Francisco. Has leído el libro de Esther. Espero que te haya gustado.
-No me ha gustado, princesa, ha sido como sacar una página de mi propio corazón. Algo íntimo y atemporal. En el fondo pienso que todos somos parte de algo mucho más grande y que solo vivimos una pequeña porción de esa vida global. He sentido dolor y afinidad; pero entiendo que no ha surgido de mi corazón sino de nuestra única alma.
-Nunca supuse esa profundidad de tu persona; pero nuestras diferentes religiones nos separaron, entonces, sin remedio.
-Ya estamos juntos de nuevo, Reina y ahora hemos crecido. Somos adultos y podremos encaminar nuestras vidas tal y como deseemos. Muchos judíos fueron expulsados durante la edad media; pero otros permanecieron ocultos tras otros velos, dando, en apariencia, la espalda a sus creencias. ¿Acto de cobardía? Más bien pura supervivencia. Nuestra tradición culinaria lo avala. Ha pasado mucho tiempo y las costumbres se fundieron con las de los gentiles.
-Hay una diferencia, hermano del alma, nosotros tenemos una larga lista, ininterrumpida, de antepasados. Vosotros solo conocéis a vuestros allegados. Padres, abuelos y poco más.
-Perdimos nuestro pasado; pero en el fondo, Reina, ¿No crees que estamos tan perdidos el uno como el otro? Si pudiésemos dar un salto en el tiempo hasta el origen de todo ¿Qué encontraríamos? Acaso el vacío. Otra cosa. Algo que inunda nuestro corazón de nostalgia por un mundo original perdido. La diferencia es que vosotros, ese mundo celestial, lo materializáis y lo convertís en historia; pero en el fondo ¿importa demasiado? Tu abuelo republicano pudo ser masón. Mi tío Jun murió en el bando republicano en la batalla de Ebro.
-Francisco…, yo.
-¿Nos damos otra oportunidad, Reina?
-Hace años te dije mi Amor: Déjalo, ya volveremos. Hace años, Francisco, dije a mi familia las mismas palabras. ¿A dónde? ¿A la tierra que abandonamos, Israel, Sefarad o Tetuán?
Francisco lloró
Reina tomó el rostro del amigo entre sus manos y besó sonriendo sus lágrimas.
-Ya basta –dijo la mujer-, hemos vuelto para quedarnos.
Dos almas se fundieron en un intenso abrazo, dejando atrás el dolor y dando la bienvenida a su perdida felicidad.

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