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martes, 18 de mayo de 2010

Cuentos Impíos - Ladrones de piedras


Era una mañana soleada…, que tontería estaba nublada y llovía a cántaros. Salíamos a pasear, por primera vez, mi amiga Pilar Boitone y yo. Lo de Boitone no era un mote porque estuviera locamente enamorada de la pasta Italiana, que también, sino porque su abuelo paterno era originario de la región italiana de la Toscana.

-¿Qué tal va el Curso Como nace un Libro?- preguntó la buena de Pilar
-Acabo de terminar Trenes en la Niebla, una novela desconcertante.
Voy a lo que importa. Nos impactó un meteorito en mitad de la carretera de Andalucía. Bueno, en realidad ni nos rozó porque de haberlo hecho, no estaría aquí para contarlo.
-¿Por qué?- volvió a interrogar mi acompañante.
-Se nota el Oficio de escritor, lenguaje claro y conciso. No se anda por las ramas y mantiene la intriga muy bien sin caer en la falsa rima o en lo que yo denomino como Palabros decorativos.

Salimos del vehículo, tras sacarlo de la calzada, y nos dirigimos a un cráter del que salía una humareda verdosa y cuyo olor semejaba al almizcle.
Mientras caminamos, Pilar me contestó que si era buena la Obra, porqué me había parecido desconcertante
Respondí que el final de la Obra no se correspondía con lo esperado por el lector. Se tenía que haber quedado, el protagonista, con Amalia y haber dejado a Mara; además, tendría que haber sido lógico y no haber dado un salto cuántico hacia la Ciencia Ficción.

Cogí del brazo a Pilar ya que parecía bastante ansiosa por contemplar el espectáculo que el cosmos nos había preparado. Le indiqué que podía ser peligroso. ¿Quién sabe las radiaciones que podría estar desprendiendo aquel objeto incandescente?
Solo con su mirada comprendí que podría parecerle un cobarde, sin mácula, e hice de tripas corazón y el apretón del brazo, por donde la tenía amarrada, se convirtió en un tirón de impaciencia al encuentro del misterio, intentando de algún modo, hacerla comprender que podía ser tan valeroso como un Harrison Ford o un Clint Eastwood.
Pero lo cierto es que no era más que un Dustin Hoffman o un Woody Allen cualquiera.
Las cosas extrañas suceden también en la realidad, me reprochó Pilar.

Sí, pero la gente no desaparece en agujeros temporales, contesté, eso solo sucede en Star Trek y poco más.
Aquel objeto enorme, que instantes atrás había surcado el espacio sideral, se había convertido en un objeto negro como el carbón de no más de cinco centímetros de grosor. Esperamos a que se enfriara y Pilar hizo ademán de tomarlo con sus manos. Estás loca le dije. Te podrías quemar, como poco, maticé.

Me acerqué al automóvil y tomé unos guantes de mecánico que siempre suelo llevar por si acaso. Tomé el objeto y lo guardé justo cuando empezaron a oírse las sirenas de la policía y los bomberos.

Al final parece que la Vida está llena de sorpresas me apuntó irónicamente Pilar.
Aún lo conservamos en casa. Nos ha dado mucha suerte a pesar de que somos conscientes de que esa apropiación, de nuestra parte estaba muy mal. Ladrones del espacio podrían llamarnos; pero sigue siendo nuestro talismán para una buena relación y que se encuentra perfectamente consolidada. Además, la piedra negra, una vez limpia del hollín mostró una magnífica esmeralda de un tamaño descomunal.

Pilar me dice que la regalemos al museo de Ciencias Naturales de Madrid. Quizá lo hagamos, cuando nos nazca nuestro primer Hijo. No queremos que con el tiempo, la criatura piense que sus padres son unos vulgares ladrones de piedras espaciales.

ARALBA
Fotografia de cabecera - El ojo de Aralba (ARALBA)

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