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lunes, 24 de mayo de 2010

Apátrida



El apátrida

Nací en un país lejano, tenue, perdido en la memoria. Mis primeros recuerdos son un deambular sin destino a lomos de mi familia. De ciudad en ciudad, de pueblo en pueblo, dejándonos llevar por el color del cielo, el tamaño del viento y la posición de las nubes.

Llegó un momento en que me separé de ellos, de mi gente, mis baúles, mis techos, mi caravana y sus palabras de aliento. Caminé solitario por caminos de barro, entre troncos torcidos por las voces y casas abandonadas por nadie.



Y al fin, llegé a un país en que me acogieron con los brazos abiertos. Allí sentí calor, ilusión, ganas de quedarme, de vivir, de despertar cada día, de seguir inaugurando amaneceres y despidiendo tardes, sentado en un porche, fumando, con los niños corriendo a mi alrededor y sin miedo a la muerte.

Pero entonces llegó la Gran Guerra. Tuve que escapar de allí. Abandonar mis tierras. Dejarlo todo. Y nadie quiso seguirme en el camino infinito hacia nuevas fronteras. Llené de dolor mi equipaje y salí de nuevo al mundo con los ojos teñidos de lágrimas y el corazón envuelto en fragmentos de recuerdo.



Me establecí en otros lugares. Tuve negocios. Tuve nuevos amigos y la sensación de que estos otros lugares podráin ser bellos espacios para vivir. Pero en mi interior palpitaba aún el miedo a la guerra, el dolor de aquél destierro atroz. Cada uno de estos nuevos paises se abría a mis ojos virgen, pero yo solo deseaba volver a la patria que me había creado en esos años que yo recordaba como los más felices de mi vida.

Pasaron los años y nunca volví a encontrar esa felicidad. Nunca me volví a sentir igual en ningún país. Perdí el deseo por establecerme en algún sitio y me hice apátrida.

Ahora me vereis con mi sombra colgada de los pies de única bandera. Con el latido de mi pecho de himno. Con el mirar de mis ojos de único ejército. Vagabundeando sin dirección.

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