Hay momentos en la vida en los que uno se desangra, observa con la mayor de las complacencias cómo la savia cae sobre un frío suelo de extrañas baldosas yendo a parar al negro vertedero del dolor. Se sigue mirando el goteo implacable del rojo añil, oyendo el goteo incesable de un derrame emocional, desperdicio de unos días mejores, más azules y luminosos, en definitiva, esperanzadores.
Te mueves e intentas oprimir la abertura, apretando bien fuerte, o bien, como alternativa, introduces tus dedos completamente intentando extraer la espina fatal. Todo es dolor, humillación de Dios sobre nuestra vanidad casi-humana. Nos aferramos a la nada, al placer, a nosotros mismos, pero todo, todo a nuestro alrededor es inmundicia, podredumbre inodora que no deja ver más allá de la mierda.
Como último camino la cauterización, radicalización extrema de la salubridad del alma humana. Lágrimas candentes hacedoras de antiguos escudos infrahumanos, protectoras de futuros, defensoras de pasados. Hierros al rojo vivo matan las ilusiones creando ilusiones errantes, efímeras, parches que quitan el hambre mas no alimentan.
Y así pasó aquel día, y llegó otro, y hoy declaro que llegarán más días, y pasarán… pero el alma en aquel momento se quebró, estalló en millones de diminutas partículas esparciendo su semen mortal por la ponzoña de la vida engendrando un remanso de cristalinas aguas alrededor, apaciguando el suicidio sentimental.
Descanso, miro a través de la ventana con un cigarro y un vaso de ginebra, escucho cómo las ramas de los árboles mecen la noche y mis vecinos vuelven al hogar, huelo la primavera, el devenir de una noche que será alba, que será mañana, que volverá a caer. En definitiva, siento. Percibo la vida en torno intentando reavivar mi maltrecho espíritu.
Levanto la vista y no veo nada. Giro, me desvisto y me tumbo en la cama. Duermo sin sueños. Muerto.
Carlos Postigo
Galería pictórica
(1) Grito - Oswaldo Guayasamín
(2) Angustia - Andrea Himsalam
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