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martes, 17 de mayo de 2011

Kaos Quántico - CONSPIRACION - Siniestros Hombres de Gris II


*

La puerta de entrada al domicilio de Roberto Beltrán se encuentra abierta de par en par. En el pasillo una pequeña gorra de béisbol de color verde y en el salón el blanco e inerte cuerpo de Petunia, la Planchadora, sobre un charco carmesí.

Berta no hace más que repetir una rutina de emergencia.

— ¡HA HABIDO UNA EMERGENCIA DE PRIORIDAD 1! ¡EXTREMA VIOLACIÓN DE LOS CÓDIGOS DE SEGURIDAD! CONTESTE ALGUIEN POR FAVOR...

—LLAMADA REPETIDA AL 112. SE HA PRODUCIDO VIOLACIÓN DE TODOS LOS SISTEMAS DE EMERGENCIA. ¿ALGUIEN PUEDE ESCUCHARME OPERADORA?... SEÑORITA PETUNIA, ¿PORQUE NO SE MUEVE, LE SUCEDE ALGO?...

Al no recibir ningún tipo de respuesta, Berta considera que la línea telefónica está cortada y que Petunia se encuentra inconsciente. Cierra la puerta de entrada y realiza una nueva llamada, a la policía, por telefonía celular.

*

Un gran turismo de color negro se dirige hacia el centro de Madrid por la Nacional Seis. En el interior se encuentran tres personajes adultos vestidos de gris y con gafas de espejo; así como un niño. Se trata de Miguel el hijo de Roberto Beltrán.

—Dejarme ir a casa de mi padre. No habéis dejado que recoja la gorra que me regaló. Cuando se entere de lo que habéis hecho os vais a enterar. Mi papá conoce a gente muy importante.

—Cállate lobezno de mierda y deja de moverte o te mataremos como a la sirvienta de la casa. Fue un jodido accidente; pero ya de nada sirve lamentarse.

—Papá, yo no quería; solo pretendía darte una sorpresa, ya me encontraba de camino hacia Navacerrada en el autobús —pensó el joven Miguel en voz alta—, dejarme salir, no os tengo miedo ninguno.

—Mira Hijo, le dice otro de los ocupantes, o te callas o matamos también a tu padre.

El tercero de los ocupantes marca un número de teléfono en el celular del automóvil.

—Jhon William, sí, mire Señor, hemos perdido a Roberto Beltrán pero tenemos a su Hijo.

—Tráiganlo aquí, pero sigan las instrucciones de nuestro Gran Maestre. No le hagan daño al niño.

Javier, el Gran Maestre, que se encontraba junto al americano, cuando se enteró de la noticia, dio muestras de gran satisfacción exhibiendo una gran sonrisa mientras daba una profunda calada a un inmenso puro habano.

Miguel que había escuchado las palabras del jefe de los sicarios se dirigió a ellos.

—La habéis cagado, amigos, os habéis cargado a la sirvienta de mi padre. Me voy a callar porque me da la gana; pero no me amenacéis con matarme, ya os dará vuestro merecido mi papá o vuestro Jefe.

*
—Estás muy nervioso Roberto —le dice Teresa que seguía conduciendo su propio automóvil —, mira ves ese claro allí adelante pues párate que vamos a cambiarnos de asiento.

La cara del Ingeniero Beltrán manifestó sorpresa. Si estaba nervioso, lo más lógico sería que siguiese conduciendo ella; pero hizo caso de su amada y siguió sus instrucciones.

Una vez que hubieron cambiado de posición y con el coche ya en marcha, Teresa, sin decir una sola palabra, llevó una de sus manos a la entrepierna del pantalón de Roberto y desenfundó su arma reglamentaria. Al contacto con la mano de Teresa, el instrumento demostró su verdadero calibre y la Sexóloga se lo colocó, de tal modo, que pudiese sentirlo en sus mejillas y con sus labios.

Roberto no dijo ni una sola palabra durante toda la operación.

Teresa continuó con su agradable trabajo, como solo una sexicóloga de su profesionalidad podía realizar, hasta que Roberto ya no pudo más.

—Teresa, Teeresaa espera, voy a salir de la carretera, si no quieres que nos la peguemos…

La sexicóloga redujo sus movimientos bucales y esperó a terminar su trabajo una vez que Roberto sacó el vehículo a una vía de servicio.

El Ingeniero suspiró, justo cuando su arma explotó, reduciendo con estrépito su calibre, y comenzó a acariciar el suave cabello de Teresa.

Ella limpió, con un pañuelo, la encogida pistola de Roberto y la enfundó en la cartuchera. Tragó la blanca pólvora y tras un breve enjuague con un líquido amarillento, llevó su boca hacia la de su amante y se besaron de forma prolongada, mientras la munición de Roberto era digerida hasta transformarse en combustible por el organismo de Teresa.

—Ahora ¿te encuentra mejor?, seguro que sí Amor mío —sacó una pequeña licorera de su bolso y lo ofreció a su Compañero—, enjuágate con esto y luego bebe un poco. Es un Brandy muy caro, no lo desperdicies.

— ¿Estás seguro Roberto que aguantarás que haga estas cosas a otros hombres? Esta es mi profesión, como te dije, y disfruto con ella. Me gusta saborear el pene de los hombres y beber su sustancia. Si quieres, puedo seguir contigo siendo tu sexicóloga, a tiempo parcial, y no cobrarte nada. De ese modo no tendrás porqué sufrir – Teresa sonrió.

—Tere —le contestó Roberto—, y ¿qué diferencia habría con ello? Yo no encuentro diferencia alguna. Si a ti te gusta, sigue haciéndolo. No me inmutaré, y no es porque te quiera tanto, que también, sino porque no encuentro ninguna diferencia en estar contigo pagando o no. Te he dicho que no soy celoso y lo que realmente quiero de ti es ser padre de tus hijos, y permanecer junto a ti hasta que uno de los dos, por ley natural, tenga que cruzar el velo hacia el otro lado.

Hace pocos años, cualquiera de los dos habría sido considerado como obseso sexual. Adictos enfermos que deberían seguir algún tipo de tratamiento psiquiátrico; pero ahora todo era diferente. Había muchas personas que siguiendo el ejemplo de algunos chimpancés africanos, Los bonobo, preferían practicar el sexo, de forma compulsiva, a derramar la sangre de sus vecinos haciéndoles la guerra.

Teresa y Roberto se fundieron en un cálido abrazo. Después él volvió a tomar el volante y siguieron su camino, sin tener consciencia alguna de lo que los próximos minutos podían depararles.

*

Fotografía de cabecera: Rafa Castells

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