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miércoles, 4 de agosto de 2010

Paisaje de otro mundo


Sentado boca abajo podía contemplar como las aguas del río se elevaban con una gran corriente. Los peces multicolores intentaban, nadando contra la corriente, bajar hasta el origen de aquella fuerte energía, el mar.

Los árboles hundían sus raíces en el espeso aire y sus rojizas copas nadaban, mecidas por un fuerte viento, sobre las azules tierras de Lazcaín, a menos de medio palmo.

Llorar en Lazcaín, suponía tragar una importante cantidad de la atmósfera planetaria. Pobre tonto, pensaba, viendo a los animales del planeta revolverse, como en un torbellino, hasta caer, por propia inercia, en las fauces abiertas de los depredadores.

Cada vez que intentaba incorporarme, la fuerza de gravedad de la espesa atmósfera cargaba sobre mi cuerpo venciéndolo hasta volver a caer sentado boca abajo. Parecía un disparate ver a todo bicho viviente tumbado, reclinado, dejándose mecer por un viento de arena azul.

Lazcaín poseía tres soles y doscientas lunas. El efecto contra-gravitatorio era impresionante y parecía que se encontrase uno en una especie de atracción de feria mecanizada. Ir boca abajo, caminado suavemente mecido sobre el aire, si así podía llamarse y a menos de un palmo de la azulada tierra de lazcaín.

Los gusanos azules de lazcaín penetraban por todos lados; pero aunque terminaban inundando las entrañas de todo ser vivo, nunca hacían daño. Su curiosidad les hacía penetrar por los lagrimales, los oídos, la boca y otros orificios no tan nombrables; pero nunca desgarraban y terminaban saliendo devolviendo solo agrado.

Al comienzo de la colonización de Lazcaín, los colonos veníamos uniformados con escafandras autónomas y herméticas; pero pronto comprendimos que ello era innecesario. El planeta siempre amable se te metía por todas partes, hasta convertirte en uno con él mismo. Los gusanos se introducían en tu interior y te hacían cosquillas mientras investigaban a aquellos seres desconocidos, que éramos nosotros, venidos de otro mundo. Luego perdían todo interés y se largaban dejándote imbuido de una gran pena por no tener su compañía.

Lazcaín era un planeta hueco y transparente donde era muy difícil conocer donde estaba el arriba y donde el abajo. Era tan placentera la estancia en Lazcaín que era casi imposible conocer si lo que sucedía estaba ocurriendo de veras o solo era una fantasía, una ensoñación.

Las transparentes montañas parecían querer desprenderse y aplastarte; pero esa impresión duraba un breve instante. A poco que estuviese uno en contacto con el planeta se perdía cualquier tipo de miedo. Las montañas, como medusas, se restregaban por los cuerpos de los colonos; pero nunca les hacían daño. Era imposible que alguna vez pudiéramos alcanzar el suelo aunque solo se encontrase a medio palmo.

Los depredadores después de haberse comido a sus presas las vomitaban más bellas que nunca. La vida resurgía sublime y maravillosa de aquellas fauces que estaban siempre de par en par, esperando que los incautos las atravesaran. Todo el mundo quería ser devorado. Todos querían renacer más hermosos de lo que habían sido nunca hasta entonces.

Pero como lo bueno suele durar poco, Lazcaín, con sus lunas y soles, un día desapareció de nuestro Universo. Los astrofísicos dijeron que aquel planeta incumplía todas las leyes conocidas o por conocer y que por lo tanto no podía pertenecer a nuestro Universo. Los que se atrevían a especular decían que podía haber sido escupido por un agujero de gusano desde otra dimensión. Una especie de campo de fuerza habría impedido que se desintegrara en nuestro Universo. Ahora había sido vuelto a absorber por el invisible agujero cósmico.

Desde entonces, no supimos nunca más de los colonos que se habían esfumado junto con tan extraño planeta; pero lo cierto es que a quienes llegamos a conocerlo y después lo perdimos, nos quedó una sensación como de huérfanos pues, aunque por breve tiempo, nos habíamos sentido unos con el planeta y todos sus seres, vivos o inanimados. Lazcaín ya solo moraba en los sueños de algunos de los que lo conocimos.


ARALBA

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