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jueves, 19 de agosto de 2010

Kaos Quántico - La Cocina del Destino


EL EXTRAORDINARIO VIAJE DE ADAM KADMON

LIBRO 2

Capítulo I

La Cocina del Destino


La luminosa estela del Alma de Edith mostraba, a las negras fuerzas del mundo, el camino que seguían dos de sus más queridas hermanas valkirias, Yoastur y Mariel.

-¿Qué son esas manchas negras que nos vienen siguiendo? –Preguntó el luminoso espectro de la Reina.

Yoastur, hermosa donde las haya, volvió la vista atrás comprobando como, efectivamente, la estela luminosa del Alma de Edith, iba desapareciendo como devorada por unas fauces invisibles.

-Un Arconte. Uno de los tantos seguidores que tiene el Gran Presuntuoso -respondió Yoastur-, debemos darnos prisa si no queremos ser apresadas en su manto de oscuridad.

-¿Un Arconte, el Presuntuoso? –volvió a preguntar, más intrigada si cabe, la Reina güera.

- Los Arcontes –esta vez, contestó la espigada valkiria Mariel-, son los directores de las fuerzas de la Naturaleza y gracias a las cuales puede mantenerse el Mundo. Vienen a ser como los pilares del escenario donde se representa la Comedia de la Vida. El Gran Presuntuoso es el más antiguo de ellos y el que más soberbia alberga en su memoria artificial.

-Nos persiguen –recordó la bella Yoastur-, porque les atrae el sabroso aroma de la luz de tu Alma virgen, tu Sophia. Ellos se nutren y alimentan de la luz que desprenden sus propios creadores. Si los creadores no existiésemos, ellos desaparecerían.

-Entonces, hermanas, azucemos a nuestros caballos para no ser atrapadas -apuntó la Sophia de Edith.

-¡Seres sin Vida! –Continuó el luminoso espectro de la Reina Nórdica-, seres creados para sustentar el escenario del Universo. Dentro de su larga existencia parecen haber tomado consciencia propia y pretenden mantener el presente status por siempre. Ya veo.

-Si, mi Señora –protestó Yoastur-, pero démonos prisa que cada ves están más cerca. Compruebo como mis fuerzas merman ante el invisible ataque del Arconte.

-Elevaré la oración de mi Sophia, metanoia, hasta el Padre Amor –dijo Edith-, quizá nos pueda proporcionar, desde el otro lado, algún tipo de ayuda.

-Es difícil, si no imposible, mi Reina –puntualizó la valkiria Mariel-, El Eón de donde surgisteis, que comunica con el Mundo Original, se encuentra fuera de nuestro alcance y cuando le lleguen las súplicas de tu Alma ya será demasiado tarde. Por otro lado, el resto de Eones, partículas inertes del propio cuerpo de Adam Kadmón, perdieron la consciencia de su propia existencia desde el propio inicio del Tiempo.

-Si, es cierto –confirmó la rubia Edith-, los restos de Adam Kadmón no tienen memoria de una existencia anterior y solo poseen, como recuerdo, un libreto de interpretación teatral. No recuerdan nada y se dedican, de forma caótica, a crear leyes y normas para sostener el teatro físico. Ya veo, esos son los arcontes de quienes me habláis. Cada arconte que Adam Kadmón crea es un eslabón más de la cadena que lo aprisiona a su propia creación.


En el cielo neblinoso y oscuro del firmamento de la dimensión espiritual, podía contemplarse la estela luminosa de tres figuras. Dos tenues, las de las valkirias. Una fulgurante y luminosa, correspondiente a la Sophia de la Reina Edith.

Tras ellas, pacientemente, un disco de oscuridad inmensa que iba absorbiendo cualquier vestigio de luz a su paso. Conforme transcurría el tiempo, el cuerpo del Arconte se iba haciendo cada vez más grande y negro como el azabache, mientras que el aura de las valkirias y de la gran dama iba perdiendo parte de su fulgor. Con esa pérdida, la voluntad de las luminosas almas se iba haciendo cada vez más escasa.

-Edith, nuestra Reina y Señora –volvió su rostro, Yoastur, hacia la Sophia de Edith-, tomad mi montura y volad hacia la luz más cercana. Cualquier Eón, aún siendo inconsciente, os dará cobijo en su seno; pero tened cuidado con todos los arcontes que se remolinean a su alrededor ordeñando la propia luz del Eón. Una vez que os encontréis en su interior nada tendréis que temer pues estaréis a salvo.

-Sí, Edith –haced lo que dice mi Hermana-, ella y yo presentaremos dura batalla a este maldito Dragón.

-Pero, Hermanas –protestó Edith-, ¡No debo abandonarlas ahora! No lo haré.

-¡Haced lo que os decimos, mi Reina! –Gritaron las valkirias-, y por favor, no perdamos más tiempo.

El cuerpo espectral de Edith, su Sophia, su Alma montó a horcajadas en el dorado corcel de Yoastur, la valkiria, y avanzó con rapidez hacia el disco luminoso del Eón más cercano, sorteando, tal como fuera avisada, los múltiples y lentos arcontes que se arremolinaban alrededor de la partícula viviente del dios.

Yoastur y Mariel, montadas en un mismo corcel alado, volvieron sus pasos hacia el Arcón y apuntaron hacia la impenetrable oscuridad sus afilada y luminosas lanzas de amor. Alcanzaron al Arconte. El arconte las alcanzó.

-Hemos dado el tiempo justo a nuestra Reina –sonrió Mariel-, ya veo como su rastro luminoso se ha perdido en la lejanía.

-Ya su Alma –sonrió, esta vez Yoastur-, se encuentra libre de las fauces del Dragón; pero Hermana mía ¿Qué será de nosotras dos?.

-Nosotras no importamos mi amor. Nuestra sagrada Hermana es portadora de la memoria perdida de Adam Kadmón, la Sabiduría, su Sophia.

-Sí, Hermana, tenéis razón. Nosotras solo somos peones prescindibles en esta mítica historia que a cada paso se está construyendo.

Ya, sin más dilación, las dos hermanas valkirias se enfrentaron, en desigual combate, con el Arconte que, ya tan cerca, podía mostrar su verdadero rostro; pero ya nada importaba. La Sophia de Edith, su Alma, ya fuera de peligro se encontraba.

La faz del arconte mostró su aspecto de dragón. Como una oleada de flamígeras llamas surgió de sus terroríficas fauces dentadas. Las valkirias presentaron feroz batalla, hasta la extenuación. Sus cuerpos de luz, poco a poco se fueron apagando mientras que la artificial alma del arconte aumentaba sus reservas de energía.

Cuando, ya, en la oscuridad del nublado firmamento espiritual, solo dos insignificantes puntitos de luz quedaron. Solo entonces, los arcontes abandonaron la batalla; como si esas efímeras almas, vivas aún, ya no pudiesen proporcionar algún tipo de luz aprovechable. El arconte llamó a sus hordas y compartió el, luminoso, alimento con ellas; mientras tanto, esos dos puntitos, que era lo que quedaba de las valkirias y su montura quedaban desamparadas ante la soledad del vacío estelar.

-Persigamos a esa Sophia luminosa que se nos ha escapado –gruñó uno de los arcontes, partícipe en el festín.

-No merece la pena, hermano –dijo el dragón que atrapara la luz de las valkirias-, devorad lo que aquí tenemos y daros un atracón; porque la guerra por nuestra supervivencia, ahora sí, será muy larga y dura.

-Es cierto, nuestro Señor -contestó otro de los seres oscuros-, debemos fortalecernos para impedir que Adam Kadmón pueda, alguna vez, recuperar su memoria.

-Si eso sucediese –dijo otro de ellos-, la Obra de Teatro comenzada por los restos de Adam Kadmón acabaría y nosotros con ella.

-Nosotros –otro Arconte se unió al arrebato-, también tenemos derecho a la Vida; mientras el dios Adam Kadmón permanezca ciego a la Verdad, nosotros podremos seguir medrando y sobreviviendo.

*

La Valkiria Andrea no fue molestada por las fuerzas, arcónticas, del Mundo en su camino hacia el Valhala, el Olimpo de los dioses. Su carga era el Alma del indómito Bárbaro Ieu. Ieu el mestizo. Como bárbaro tenía poco que ofrecer a las fuerzas del engaño y de la oscuridad. Por lo menos eso es lo que habían estimado los arcontes.

Desconocían la prenda que recibiera, en el mundo de la realidad, antes de fallecer, del aliento de un Guerrero Teutón y de cuya mano también recibiera la muerte. De haberlo sabido, las huestes del olvido y del engaño, habrían perseguido, sin cuartel, al Alma de Ieu y a su valquiria custodia, Andrea, hasta devorarlos sin compasión para ser abandonados en la inmensidad del espacio estrellado como dos insignificantes puntitos de luz.

-Andrea, valkiria bonita, ahora lo sé. Llévame junto a la Sophia de mi Edith-, se dirigió sonriente el gris espectro de Ieu a su bella y pelirroja nodriza.

-Eso no puede ser Ieu. Si fuera posible, ya estaríais junto a vuestra amada para besaros como dos tortolitos.

-El cuerpo de Adam Kadmón –continuó la Valkiria-, donde existimos, nos alimentamos y nos reproducimos es inconmensurable y contiene, en su interior, múltiples dimensiones y mundos diferentes. Solo el dios de nuestro Corazón sabe donde podrá encontrarse la Sophia de nuestra amada Edith.

-Bastante tengo –continuó su exposición la valkiria-, con llevaros sano y salvo ante la presencia de mi Padre Odín.

-Allí –Hermana nuestra-, protestó la espectral alma del Guerrero-, volveré a repetir una misma secuencia. Pasaré por el purgatorio para que sea limpiada mi Alma. Después se condensaran mis experiencias de esta vida pasada y se unirán a la información, ya almacenada, de las anteriores vidas.

-¡Sí, Ieu! –Interrumpió la valkiria-, Odín lo quiere así. Vuestras experiencias son guardadas a buen recaudo para cuando Adam Kadmón despierte y tome consciencia de su situación con el fin de acabar con este interminable y trágico Drama que la Vida es.

-Eso es cierto, mi pecosa valkiria; pero solo una pequeña esencia de esa experiencia me acompañará en la nueva encarnación, como un diminuto deseo, ya que nada recordaré. A la ansiedad del no saber y, a equivocarme me llevará una y otra vez.

-Tú tranquilo, mi buen Ieu –dijo la majestuosa valkiria-, no estás solo en esto ¿sabes? Existen infinidad de almas en el océano de la Vida. Almas gemelas como tú y Edith, que están intentando encontrarse unas a otras. También sin mucho resultado, ya veo. Cuando ese encuentro suceda…

-Ya lo sé -interrumpió el rudo y gris espectro-, todo se acabará y Bla, Bla, Bla…

-Muy guasón eres –increpó la hija de Odín-, ¿así tratas, con tan poco respeto a mí, una diosa?

-Andrea, anda, no te las des. Llevo conmigo el aliento de un Caballero y que antes, él mismo, recibiera de la Dama Edith, mi Alma Gemela. Antes no lo sabía; pero ahora lo sé. Cumple con tu cometido de custodia, que yo cumpliré con el propio de encontrar a esa, mi Alma tan esquiva.

-Se ha enfadado, el Señor –rió la bella diosa-, veo que has tomado plena consciencia de tu actual situación, me alegro por ello, pero lástima que cuando regreses al mundo de la realidad tengas que abandonar de nuevo tu memoria.

-¡Entonces! –Protestó Ieu.

-Sí, entonces solo una tenue emoción de añoranza y reencuentro –continuó la valkiria-, es lo que te impulsará, a través de las edades, las vidas y el Tiempo a buscarla con tesón para encontrarla.

-¡La Encontraré! –fue taxativo.

-¡Eso ya lo veremos! –Quiso poner orden Andrea al fijo pensamiento de su protegido-, ya hemos llegado Ieu. Ahora descansa y fermenta tus experiencias del reciente pasado. Cuando estés preparado regresaré para llevarte de nuevo a un vientre materno, dentro de tu línea de sangre. Adiós Hermano y tómalo con paciencia. ¡Hazme caso!

*

Ante la divina majestuosidad de la Reina Edith, la puertas del luminoso Eón, contraparte espiritual de alguna luminosa Estella material, fueron abiertas de par en par para que allí su Sophia, su Alma, cobijo encontrara. Ahora, la Reina Edith, era plenamente consciente de su mortalidad en el mundo de la realidad. Allá, en otro plano, el que ahora había abandonado, le esperaba su cuerpo incorrupto; pero sin Vida, sin Alma, protegido en el interior de un lago sagrado. Excalibur, su espada, sería la antena que, cual imán, atraería, algún día, a su espíritu para que éste le devuelva su Sophia, su Alma, la esencia de ella misma.

Los seres de luz que habitaban el Eón, condujeron a Edith hacia la Biblioteca para que allí cocinara, con sus hábiles manos, el Destino de su propia Vida. El Destino de la Vida, del Mundo, de todos nosotros; por supuesto la propia de su Hermano en Espíritu Ieu.

Desde su luminosa estancia podía contemplar, como a través de un caleidoscopio, lo que sucedió, sucedía y sucedería en el Mundo de la Realidad Material.

Los nórdicos habían perdido la guerra, frente a sus bárbaros hermanos del norte polar. Las Valkirias abandonaron el Campo de Batalla con las almas de sus hermanos y hermanas muertas. Las amazonas supervivientes fueron forzadas a abandonar las artes de la guerra para dedicarse, ante el avance de una moderna glaciación, exclusivamente, a la crianza y protección de sus hijos, de su heredad.

Mientras tanto, los rubios nórdicos y los pelirrojos y castaños bárbaros se dedicaban al pastoreo, la caza y el pillaje. La ruda vida del norte, ahora congelado, hacía necesario que algunos de ellos se ocuparan de la perpetuación y protección de las líneas de sangre. Esos fueron los últimos días de las amazonas; pero las antiguas guerreras nunca perdieron la esperanza de, algún día, poder retomar sus escudos y espadas para enfrentarse, en feroz batalla, ante algún contrincante de suficiente prestigio y altura.

El Luminoso espectro de Edith, su Sophia, su alma, ya plenamente recuperado en su magnificente luminosidad, pudo contemplar, en el espejo del destino, como sus hermanos nórdicos se dispersaban por los cuatro puntos cardinales de la tierra, dentro del hemisferio norte del Mundo conocido.

Hacia el Oeste, atravesando la mar helada, para luchar fieramente por la supervivencia contra osos cavernarios, tigres y leones; alimentándose de la dura carne de poderosos mamuts y otras imponentes bestias. Todo ello, para alcanzar hacia el sur, tierras más templadas o cálidas donde poder establecerse y retomar su cultura pasada.

La Sophia de Edith, pudo ver con los ojos del espíritu, como otros de sus hermanos se dirigieron hacia las tierras del este, colonizando el báltico y las tierras templadas del sureste. De allí surgiría la Nación de los Civitas, de los filósofos. Algo más en el futuro, pudo ver, como al unirse con el pueblo etrusco de la península del oeste, dieron lugar al imperio más grandioso y longevo de la historia de la humanidad.

El Alma de la Reina Edith también pudo ver como su cuerpo era preparado, por Merlín, para ser llevado hasta un gris lago de límpidas aguas. La comitiva iba comandada por su amigo del Alma Bifredo de Albany, el Caballero Teutón y dirigidos, sus pasos, por el Elfo Gris Merlín, de la Familia de los Trolls, conocidos en el Futuro como Neandertales.

Bifredo de Albany, no teniendo ya Reina a quien servir, abandonó las islas británicas y se dirigió, dentro de la península euroasiática, hacia el este, hacia sus tierras bávaras; donde, ahora lo sabía, gracias a la prenda que recibiera de Edith, su beso, había dejado antes de partir a la guerra contra los nórdicos a su propia Alma Gemela. Laura, Estrella Luminosa se llamaba.

Cuando, muchos meses después, a su Tierra de la Selva Negra llegó, de la triste noticia se enteró. Laura, en una funesta incursión nocturna devorada fue por los lobos. No todo podía resultar tan sencillo, se preguntaba el Caballero. Como ya nada le atare a aquel trágico lugar, recogió sus pertenencias, entre ellas una misteriosa ánfora de un metal gris, y dirigiose con paso firme en busca de la muerte en batalla. Muerte que de un modo u otro, terminaría uniéndolo con su amada. Dirigió sus pasos, en línea de sangre, hacia el oeste, hacia la península de Iberia. Allí, algún descendiente suyo luchó contra las tropas musulmanas a favor de los reyes cristianos. Allí, su línea de sangre fue reconocida como Grande y el Caballero de Albany tomó posesión de las ricas tierras de Alba de Tormes y nombrado Duque.

Siempre, en sus contiendas, era acompañado por el fiel aunque irónico mayordomo Demian, que antes lo fuera de Edith la Nórdica. La Reina que lo rescatara de la Muerte, en el campo de Batalla.

Edith, también pudo contemplar, en la Cocina del Destino, como Merlín quedó atrapado, por propia voluntad, en el interior de una gruta convertido en estatua de cristal de cuarzo, en las cercanías del lago de la Espada divina y de su Dama. Allí permaneció, hasta que un noble guerrero bretón tuvo necesidad de sus servicios y de la espada, con el fin de convertirse en el primer Rey de aquellas tierras. Una vez terminado el mítico episodio del Grial, la espada regresó junto a la Señora del Lago y Merlín viajó hacia su Tierra del Norte, hacia Islandia, ya menos fría donde tomó la personalidad de Noel o Claus. Todos los años, en cierto periodo del invierno boreal, siendo fiel a las tradiciones de su extinto pueblo, se dirigía a las aldeas más cercanas. Entrando por las chimeneas de las casas y ayudado por unos polvos de su invención, adormecía a sus moradores para dejarles, en sus oídos, especialmente en el de los niños, mensajes de paz, justicia, amor y libertad.

El cada vez más luminoso espectro de la Reina Edith, contempló como su alma de Espíritu Ieu, regresaba al mundo de lo real, en una misma línea de sangre. Sin saberlo, él la buscaba una y otra vez. Una vida y otra más. Una Vida, una transición. Otra Vida, otra Transición. De forma desesperada, su búsqueda se convirtió en un despropósito de locura y ambición de conquista. En Ser Salvaje, Déspota y Dictatorial se convirtió. Miraba a los ojos de sus enemigos antes de acabar con sus vidas y desangrarlos como bestias. Respetaba la vida de las mujeres por si alguna de ellas era su Amada; pero no. Nunca la encontró.

Ve, llorando, el Alma de Edith, su Sophia, como su Alma Gemela, Ieu, se ha trastornado por una búsqueda sin fin debido a la poca paciencia y la ansiedad.

Una ingente tropa de bárbaros abandonan las tierras heladas del norte para, siendo comandadas despóticamente por el mestizo Ieu, dirigirse hacia el Sur, donde su Alma ciega lo manda. No sabe porqué pero hasta allí tendrá que llegar. No habrá, inclemencia, humanos o fieras que impidan que sus Cuerpo y Alma lleguen a las tierras calientes del Sur. Allí, su obsesión le dice, que se encuentra una parte de él, aunque no sabe el porqué. Y eso le desespera.

-Ha llegado la hora –se dice Edith desde la Cocina del Destino.

En las tierras altas escocesas hay uno, entre muchos lagos, rodeado por picudas y majestuosas montañas. El cielo gris se abre, mientras una inerte figura se yergue de sus límpidas aguas. Una espada porta en sus manos y que dirige su afilada punta hacia el Astro Rey, Ojo único de Odín, el tuerto, que acaba de surgir por el levante otoñal.

Desde el Eón solar, el Espíritu de Edith, devuelve su Alma, por medio de la espada, al cuerpo gris e inerte de la Dama del Lago.

Sus ojos recobran el fulgurante brillo de la Vida y muestra su pálido y majestuoso rostro, de Reina, al cielo.

Su pecho impetuoso hace tronar, hacia el Cielo una potente voz, amplificada por Thor el Dios del trueno.

-¡EDITH HA VUELTO!, Tiembla Ieu, Hermano del Alma.

-Venid conmigo –reclama la Diosa-, todos los Seres animados e inanimados. ¡Venid ya!, os quiero aquí conmigo, luchando a mi lado, conminados de nuevo, buscando la Verdad y para que termine de una maldita vez esta cruel pesadilla de terror y aflicción.

Una cohorte de animales e insectos de todas las especies. Árboles y plantas, tierras arenosas y montañas, se presentan ante el dulce furor de la Dama.

-Soy Bárbara –La de manos de arcilla roja-, ¿Me has llamado Hermana gemela?
Gentes de pelo rojo descendieron de las laderas de las montañas. Fornidos, musculosos. Hombres y mujeres todos ellos, vestidos de falda.

-Señora Diosa –dijo uno de ellos-, vos nos habéis convocado a la batalla e iremos con vos hasta los confines del mundo si fuera menester.

-Así me gusta –dijo Edith, la Reina Nórdica-, conmigo hasta la muerte, derramando hasta la última gota de nuestra sagrada sangre; muerte que no es tal y hasta los confines del mundo. Confines que no son tal.

-Calcemos nuestro mejor calzado –continuó-, y arropémonos con las ropas más livianas, pues allá donde vamos, poco de arropo vamos a necesitar; porque Hermanos y Amigos, debemos parar la tragedia que se cierne sobre la humanidad, pues mi Alma gemela, Ieu, ha entrado en un estado de enajenación y todo lo quiere acabar.

Buscándome su espíritu se ha descontrolado y enloquecido. Ayudadme a buscarlo, encontrarlo y parar esta carnicería.

*

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