jueves, 29 de julio de 2010
Kaos Quántico - Batalla Nórdica
Capítulo IV
Batalla Nórdica
Algunos meses atrás…
Los barcos de la Reina Edith avistaron las imponentes y descomunales costas de Islandia. Monstruosas montañas de hielo y escarpados riscos, de una altura colosal, fue lo que encontraron las huestes de la reina nórdica.
Grandes iceberg, desprendidos de la costa, navegaban de forma caótica y con gran peligro para las frágiles naves nórdicas; pero los navegantes nórdicos eran expertos en esas lides y los mejores marineros para atravesar esas aguas infectadas de peligrosos témpanos de hielo. Pronto dieron con una cala pedregosa, según los mapas de los cartógrafos, desde donde podía observarse, a no gran distancia, una altísima y prolongada empalizada construida con troncos de árboles y piedra extraída en las no lejanas canteras.
-Dile, Capitán, a los hombres y a las amazonas que desembarquen –Se dirigió la Reina al comandante en jefe de las flota invasora.
-Excelencia, tendremos que extremar la prudencia ya que nos encontramos en territorio inexplorado –Respondió con altivez nórdica el Capitán.
-Confío en vuestro buen criterio, Valera. Haced lo apropiado en estos casos –Confirmó la Reina, su actitud, al Navegante.
Las ligeras naves nórdicas fueron llevadas hasta tocar la playa, desembarcando la totalidad de las tropas. Luego, hombres y mujeres, incluyendo a la propia Reina, tomaron entre sus brazos las gruesas maromas de esparto y cáñamo que surgían a babor y estribor de las propias quillas, justo debajo de los mascarones de proa en forma de cabeza de dragón, y tiraron de ellas hasta hacer encallar en la pedregosa playa las naves, cuyas breves esloras les permitía realizar dicha maniobra sin, demasiado, peligro para sus delicadas estructuras.
-Este frío no es normal, mi Reina –Refirió este hecho el astrólogo real.
-Ya lo he notado, hermano Gustavo, ya lo he notado y eso me preocupa. Es como si se precipitara hacia nosotros una nueva glaciación. ¿Has comprobado el perfecto funcionamiento de las brújulas? –refirió Edith la Reina.
-Tenéis razón, mi Señora, hay una pequeña desviación del norte geográfico respecto al magnético; como si hubiese cambiado, levemente, el eje del planeta, suficiente como para demostrar sus certeras palabras. Si nos demoramos en exceso, podrían encallar, por el hielo, los navíos y moriríamos, irremediablemente, congelados.
-No seáis agorero, Geógrafo –replicó Edith-, los dioses están de nuestro lado y no nos abandonarán en estas circunstancias, mientras conservemos las fiereza y el coraje. Cojan sus armas y prendas de abrigo. Nos dirigiremos hacia la empalizada. Probablemente no esté custodiada.
Según se iban acercando, hacia tan magna construcción, la sangre se estremeció dentro de las venas de las fuerzas invasoras. Los pelos se le erizaron a Edith y, en esta ocasión, no se trataba del frío propio de la zona.
A todo lo largo de la alta empalizada se podían contemplar varas de arce, en sentido vertical, que atravesaban los cuerpos congelados de muchos humanos. Casi no se podía saber si eran personas, ya que sus cuerpos estaban cubiertos de una gruesa costra de hielo y nieve que desfiguraba cualquier posible rasgo de aquellos infelices. Miles de empalados, como tétrico adorno o advertencia, eran mostrados a aquellos viajeros que acababan de atracar en aquellas costas inhóspitas del norte polar.
-¡Por Odín! –Exclamó la Reina –Esto solo puede ser fruto de mentes enfermas y perversas. Nunca quise creer las barbaridades, que se comentaban acerca de los Trolls de estas tierras.
-Jamás he visto cosa parecida en mi prolongada vida –Completó Gustavo el propio pensamiento de su reina nórdica-, sabíamos que eran ladrones de nuestros niños; pero se les consideraba sabios y poco bravos. Ahora vemos, Señora, que podríamos haber estado equivocados.
-Hay algo muy extraño en todo esto, cosmólogo. Tráeme al Capitán, creo que deberemos proceder con más prudencia de lo acostumbrado.
Ya cerca de la empalizada, y como a unos cien metros, tras de ellos, la tierra pareció temblar. De bajo del hielo y de la nieve surgieron cuerpos, como de hombres, casi de dos metros de altura.
-Ha empezado la batalla –gritaron los generales nórdicos-, adelante valientes. Jamás habrá un día mejor para morir y ser elevados al Valhala.
-Por la raza nórdica, por nuestros dioses Thor y Odín, por nuestra Reina élfica, en busca de la muerte vamos –Se podían escuchar, casi de forma rutinaria, los gritos en bocas de amazonas y guerreros.
Un enjambre de poderosos enemigos, armados de lanzas y hachas de piedra, cuyos rostros eran cubiertos por máscaras, realizadas con cráneos de fieras salvajes, y cuyos cuerpos eran cubiertos con pieles de osos y otros mamíferos polares, rodearon y se abalanzaron contra los intrépidos invasores. Salvajes contra nórdicos. Fuerza contra fuerza y Coraje contra coraje.
-Dios de nuestro corazón, Señora mía –Gritó Gustavo-, pareciera que estuviésemos combatiendo contra nuestras propias tropas. Esta gente ni son Trolls ni nada que se les pudiera parecer. Son humanos como nosotros, aunque enmascarados. La misma belicosa sangre, que la nuestra, corre por sus venas.
Por la mente de la Reina Edith, un terrorífico pensamiento surgió fugaz para quedarse afincado, definitivamente, en su corazón.
-¡OH! –Exclamó Edith-, Este ejército pertenece a nuestra heredad. Nuestros hermanos de sangre son. Son los Nietos y los hijos que nos fueran arrebatados. Ellos y sus hijos y los hijos de sus hijos han formado una nueva tribu de bárbaros. Debemos parar esta matanza.
Los nórdicos con sus cortas, pero poderosas, espadas de acero templado, en el vivo cuerpo de sus puercos, inferían heridas mortales en los defensores de su tierra; pero no era menos la furia de aquellos bárbaros rubios y pelirrojos que con sus lanzas de silex atravesaban de parte a parte a los aguerridos nórdicos. Las hachas de piedra cercenaban los miembros de los guerreros como si de manteca se tratase. Las amazonas caían, en charcos de sangre, una tras otra. Los guerreros lucharon hasta la extenuación y caían desangrados por la amputación de alguno de sus miembros.
La algarabía y los gritos de guerra impedían escuchar el silencioso canto y profundo de la muerte que allí mismo, sin ningún descaro, un festín de cuerpos y almas se estaba dando.
-Hoy tienes para comer, Hermana Bárbara –Gritó la Reina nórdica-, Ya está bien de muerte. Parad mis hermanos la matanza y retroceded hasta los barcos. Salid de aquí mientras podáis. Daniel tú, mi Paje, llévame a lugar seguro y apartado para prepararme una tablilla de arcilla. Mensaje tengo para que entregues a Demian, nuestro Mayordomo real.
La Reina y Daniel, el Paje, se retiraron del fragor de la batalla. La Reina inscribió una serie de caracteres rúnicos sobre la tablilla y acto seguido lo introdujo en el interior de las ascuas de una hoguera que a tal propósito habían encendido.
-Daniel, esta batalla está perdida. Nuestros barcos arden. Los generales han caído, valientemente, protegiendo nuestras vidas. Sal de aquí y acompaña al Capitán Varela. Capitán –Se dirigió Edith al combatiente más cercano-, parad vuestro propio combate y llevad a Daniel, en buena lid, hasta Escandinavia, nuestras tierras. Es importante que allí sepan lo aquí ocurrido. Aquí no parece haber Trolls. Son nuestros hijos y nietos los que nos combaten. Estamos derramando sangre hermana.
-Pero Señora –protestó el capitán Varela-, no podemos partir sin vos, ¿Cómo podríamos dejar a la Reina desprotegida?
-Sed disciplinado, Varela, haced lo que os digo y conservaréis la cabeza, ¡arjjjj! –La Reina paralizó su discurso y se retorció de dolor, como consecuencia de una lanza de piedra que le atravesara el pecho por el lado derecho, saliéndole el arma asesina en la mitad de su seno-, vamos corred y haced, presto lo que os he dicho. Presto, presto…Para mí ya ha llegado mi día.
Ya se encontraban lejos Daniel y el Capitán Varela, cuando Edith, la Reina rubia nórdica, dirigió su mirada hacia el sitio de donde había surgido el arma asesina. Lo que sus ojos pudieron contemplar era superior a todo lo posiblemente sufrido por hombre alguno. En un lago de sangre helada, yacían los cuerpos tiritosos de guerreros esperando la entrada en las garras de la muerte. Cuerpos cercenados a los que les faltaban manos, brazos, piernas o brazos. Alguna cabeza aparecía desgarrada lejos de cuerpo alguno. Cuerpos desgarrados y gente lastimera esperando el golpe de gracia que le aliviase de semejante sufrimiento.
Los gigantes de Islandia no eran los elfos enanos que buscaban; eran casi niños; Uno de ellos se acercó hacia ella con el fin de recuperar su arma. La lanza que atravesara a la Reina Güera. Quiso realizar el acto que terminaría acabando con la Vida de Edith, pero algo se lo impidió. El indígena quedó mirando a los ojos de su presa como si hubiese quedado atrapado en ellos.
Edith, la Reina nórdica gritó con las pocas fuerzas que aún le quedaban.
-Adam Kadmón, te he reconocido, dame un beso y recibe de mi aliento el mensaje de tu propia alma- El Joven indígena pareció aterrado y volvió a acercarse para intentar recobrar su lanza, sin la cual permanecía desarmado.
-¿Quién eres tú Bruja? Que apenas puedo acercarme a ti sin sentir un sentimiento nunca sentido y por tanto extraño para mi espíritu –Preguntó el salvaje.
-Nadie importante amigo. Vinimos acá para ver si podíamos rescataros de las garras de los Trolls y nos encontramos en medio de una matanza inútil. Dame ese beso que te he pedido. Debes recibir los recuerdos de tu propia alma –Dijo la reina, con una cadencia más baja como si estuviese a punto de perder el sentido.
-¿Daros un beso a vos? Nuestras costumbres lo prohíben. Por el beso se pierde el alma y queda atrapada; además echáis sangre por la boca y nosotros aún no nos hemos vuelto caníbales. Es más difícil que consigáis de mí un beso que salvar vuestra propia vida. Si no morís desangrada, el horrible frío de estas tierras acabará, en poco tiempo, con vos –El joven salvaje volvió a acercarse con la intención de, ya por las bravas, coger su terrible lanza.
-¡Paraos ahí!, cachorro humano –Una grave voz salió de detrás del joven y este quedó como paralizado-, deja a la bruja, como tu la llamas, que tu hermana posiblemente sea.
Ahora la reina Edith podía verlo más claramente. Un anciano de muy baja estatura cuya luenga barba blanca le llegaba hasta la cintura. Cuerpo fornido y cheposo. Manos gruesas y cortas. Brazos y piernas poderosas y cuello ancho de toro. “Sin duda alguna –pensó la reina-, de un Trolls se trata”
-Viejo, me muero, pero antes quiero que sepáis que soy Edith hija del dios Amor y Reina de los pueblos de Escandinavia. Habíamos venido a por los hijos que nos robasteis y nuestra propia sangre nos ha matado –Dijo llorando la Reina, cuyas lágrimas afloraban como pétalos de flores que se cristalizaban al rozar el duro frío de las tierras de Islandia-, tú, viejo, veo que eres un Trolls.
-Así nos llamáis, Mi reina, pero elfos bajitos u oscuros si queréis, nos llamamos en realidad. Hombres de Verdad. Hombres de la tierra. Hijos de la Tierra y no de los dioses como vosotros que habéis venido de lejos, de las estrellas; pero no os preocupéis. Vuestra herida es grave Edith; pero hoy no es vuestro día. Vuestra Hermana Bárbara, hoy no comerá carne de su Hermana.
-Ieu, Hijo –Se dirigió el enano al Joven que casi acaba con la vida de la Reina Nórdica-, recoge con sumo cuidado a la Dama y entrémosla dentro en la empalizada. Allí la curaremos de sus heridas y pondremos las cosas en claro. El Joven hizo lo ordenado por quien lo había llamado hijo. Cortando primero la lanza por ambos extremos para poder llevar a la herida sin que se produjera algún desgarro.
“Ieu –pensó la Reina-, no se me olvidará ese nombre. Así es que se trata de ti. Tú eres una partícula consciente de Adam Kadmón. Como sea, tengo que darte el beso que consciente te haga de tu situación; pero ¿como lo haré en la situación en la que me encuentro?”
La Reina Edith perdió el conocimiento, sumiéndose en un profundo sueño.
-¿Dónde la llevamos Merlín, Padre?- Preguntó el joven Ieu al enano anciano
-A nuestra casa hijo, a nuestra casa. No hay mejor lugar en estas tierras donde poder dar cobijo a una Reina de los cielos. La casa de un elfo oscuro. La casa del último de su especie.
ARALBA
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