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martes, 22 de febrero de 2011

Kaos Quántico - CONSPIRACION - Teatro Estelar 2


*

—Oiga Alice, ¿se da usted cuenta que día tan maravilloso hace hoy?— se dirigió, de un modo un tanto cursilón, una gruesa mujer de tez pecosa y cabello pelirrojo a su morena acompañante, que contrariamente era algo más delgada, respondiendo ésta después de un breve lapsus.

—Señora Stone, tiene usted toda la razón del mundo y además creo que va a ser un magnífico Día del Señor..., casi diría y no me entienda mal Mary. Da algo de pena meterse en el templo ¿no cree usted?

Miss Mary Stone palideció en un primer instante y al siguiente su rostro se sonrojó de un modo evidentemente visible. No supo que decir y después de pasado un cierto tiempo, cuando pretendía un tanto ofendida, replicar a Miss Alice Cooper. ¿Cómo puede usted expresar semejante cosa?, — ésta, ladinamente, le quitó las palabras de la boca.

—Ya sé, ya sé..., ¿Como puede decir usted algo así?; en serio sería una blasfemia— ésta sonrió —, pero era una simple bromeja para comprobar que cara de sorpresa ponía usted.

—Yo le doy un diez, pues ha superado la prueba y ha respondido tal y como yo esperaba. —Matizó.

— ¡Oiga, Señora Cooper!..., ¿No es aquella, la Señora Banister?

—Si, ya sabe usted que es una mujer de talante puritano y no faltaría por nada del mundo, algún domingo a la Iglesia, bien acompañada del conjunto de su familia.

—Buenas mañanas tenga usted Señora Banister— Dijeron las mujeres al unísono cuando ésta, rodeada de sus cinco hijos, pasó cerca de ellas.

—Buenos días señoras Cooper y Stone— Contestó, la aludida, poniendo una expresión de circunstancia, pues de sobra sabía que se encontraba frente a las cotillas del Pueblo, que intentaban sonsacarle alguna conversación que les sirviera de comidilla para pasar agradablemente el resto del día, criticando, una vez pasado el culto, durante la escuela dominical y después de ésta.

— ¡Vamos niños!..., hasta ahora mismito señoras..., pues llevamos algo de prisa. Ya sabe, somos tantos que debemos llegar un poco antes para ocupar un mismo banco.
Al volver el rostro hacia sus retoños, hizo un gesto de tremenda desaprobación mientras susurraba.

— Caray, Dios mío, que pesadas son estas mujeres. ¿Es que no tendrán nada que hacer excepto ocuparse de la vida de los demás?— Kimberly, como casi siempre, iba delante incluso de su madre tarareando algún que otro corito metodista y que había aprendido, con la repetición, en los servicios devocionales, acompañándose con saltos y sonrisas, como si estuviera poseída por las mágicas zapatillas del cuento.

Solamente en Cristo, Solamente en él,
La Salvación se encuentra en él,
No hay otro nombre dado a los hombres,
Solamente en Cristo, Solamente en él.

—¡Kimberly!— se dirigió la madre hacia la niña utilizando un tono de voz un poco más elevado que de costumbre—, hija mía guarda un poco la compostura, como hacen tus hermanos. Parece que tuvieras azogue en el cuerpo..., aunque, la verdad no sé porque te digo nada pues siempre serás un trasto la mar de travieso.

Kimberly, haciendo caso omiso a su madre continuaba con sus coritos evangélicos.

Una mirada de fe,
Una mirada al Señor,
Es la que puede salvar al pecador,
y si tu vienes a Cristo Jesús,
El te perdonará,
Porque una mirada de Fe,
Es la que te puede salvar.

—Ayer la suspendieron en el examen del cole — dijo uno de sus hermanos —, y la profe la castigó por no poner atención.

—Cállate bocazas— Replicó, malhumorada, la pequeña Kim.

— ¡Callaros los dos!, ya sabéis que no me gustan los chivatazos..., pero lo tuyo señorita Kimberly no tiene perdón y te quedarás, este domingo, castigada en casa.

—Pero mamá, no seas así, había quedado con mis amigos para ir a nadar.

—No se hable más— reiteró su postura la madre —, y en cuanto tengas la edad suficiente, tu Padre y yo te pondremos a trabajar.

Mientras tanto, las cotorras Cooper y Stone seguían parloteando una vez que habían comprobado que el sujeto de sus deliberaciones ya se encontraba algo alejado.

—Se dará cuenta, amiga mía, que el Señor Banister hoy tampoco asiste al Servicio Dominical.

—No sea así Señora Cooper— sonrió —, seguramente se encuentre ocupado en la Iglesia, del pueblo de al lado, tocando el piano..., ya sabe que...

—Pero no me dirá — Replicó Mary, cortando la conversación de su amiga —, que la pequeña Kimberly se las trae de lo traviesa que es..., no sé, no le auguro un gran futuro a esta niña.

—Maary..., la Iglesia de Braselton se ha quedado sin intérprete musical pues falleció hace unos días...

— ¡Ah!, ¿No me diga?— Interrumpió.

—Si le digo— prosiguió Alice tras la interrupción de su contertulia —, y además la pequeña Banister, que como muy bien sabe usted, es la tercera de las niñas, ha empezado a dar clases de ballet y eso indudablemente le irá educando el temperamento.

—Vaya, vaya..., de lo que tiene una que enterarse. Mira tú, que yo me creía que esa tímida y, por otro lado, traviesa muchacha era un marimacho que sólo sabía trotar, ser la primera de la clase en gimnasia y ganar a sus compañeros, varones, en las competiciones de natación.

—Pues ya ve, señora Stone, que eso no es cierto del todo y debe saber que además de lo que ya le he dicho, también acompaña asiduamente a su padre cuando éste tiene tiempo de dar algún concierto con la orquesta. Por cierto, creo que también está tomando clases de canto.

— ¡Caray! Alice, eso está claro pues no para de canturrear e incluso tararea La Noche de Paz en pleno verano, no sé hasta donde vamos a llegar y ¿de donde sacarán el dinero con tantos de familia que son?, pues quiero entender que deberán educar a todos por igual o mejor a sus hermanos varones, eso sería lo correcto.

—Parece que naciera usted ayer, mujer, ya sabe que el Señor Banister es una persona muy instruida y todo el mundo es consciente que lleva impecablemente sus negocios; además su esposa ganó mucho dinero cuando, de soltera, trabajó en Florida haciendo películas acuáticas..., ya sabe, de sirena y esas cosas. Ah, y también las tarjetas postales de contenido turístico que hizo, en calidad de modelo fotográfico, le siguen reportando beneficios.

Mary Stone calló, durante unos instantes, e hizo señas a su compañera de conversación, señalando el reloj de la alcaldía haciéndole ver que faltaba muy poco para poder entrar, con puntualidad, en la Iglesia.

La mañana era clara y soleada pudiéndose vislumbrar un extraño efecto al observarse, a contra luz, la estilizada silueta de la niña Kimberly.

— ¡Alice!, ¿Ha visto usted lo que yo?

—Si amiga mía y si no fuese porque estamos en pleno siglo veinte y en los Estados Unidos de Norte América diría que acabamos de contemplar a un ángel del cielo.

Volvieron a mirarse mutuamente y a continuación dirigir sus ojos, de nuevo, hacia la niña pero el maravilloso resplandor dorado que delineara los contornos de la pequeña ya había desaparecido. No mucho tiempo después, sus padres, adoptaron a dos criaturas que pasarían a engrosar las filas de la pandilla de Kimberly.

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