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miércoles, 28 de marzo de 2012

Kaos Quántico - CONSPIRACION - 19 - El Doctor Arpegio y los Iluminati (a)



El Hombre es una Máquina Biológica prolífica y destructiva. El Ingeniero que así construyó al Ser Humano debía de tener algún mortífero objetivo para con su entorno.


Anónimo Iluminati, encubierto como Asertación Ecologista

*

La sala se encontraba completamente iluminada. Una hermosa lámpara araña de cristal de Viena pendía de la alta techumbre. Sus numerosas luminarias eléctricas semejaban pequeños misiles incandescentes prestos para ser lanzados contra los incautos visitantes. Las paredes del lugar estaban bellamente adornadas con antiguos frescos gentilmente restaurados.
Tres hombres y una mujer, trajeados de negro, parecían impacientes esperando la llegada de unos conocidos personajes.
Un anciano mayordomo, de apariencia estirada, anunció la llegada de los invitados.
—Excelencia, el Doctor Don Armando Arpegio y la Señorita Teresa Rubio se encuentran a las puertas de la mansión.
—Muchas gracias, Pedro, diles que pasen, presto —Contestó el más anciano de los varones.
Los pasos de la esperada visita retumbaban, debido a la acústica de la estancia y al pavimento de madera.
—Bienvenidos sean —dijo el anciano a la pareja—, a esta mi humilde morada que también es la vuestra.
“Vaya casa” —Pensó Teresa Rubio. Por otro lado, el Doctor Arpegio no pareció poner atención alguna en el lujo que les rodeaba, como si de algún modo estuviese acostumbrado a ello o simplemente no le diera importancia alguna.
—Madame —dijo el anciano anfitrión dirigiéndose a Teresa Rubio—, es un honor para nosotros tenerla aquí. Con toda probabilidad, su fulgurante belleza, nos servirá a todos los presentes a modo de inspiración y musa.
Si Teresa hubiese sido otra persona se habría sonrojado; pero su rostro permaneció impenetrable al igual que una reproducción de la Gioconda, que pendía de una de las paredes de la biblioteca.
El anciano tomó el dorso de la mano de su visita femenina e hizo el gesto de besarlo; pero sin llegar a tocar, con sus labios, la piel de ella.
—Disculpen mi descortesía —volvió a hablar el anfitrión—, les presento a las personas que me acompañan. Amanda Ortiz, Giacomo Cagliostro y Argimiro Casanova.  Quien les habla es Juan Carlos Herrera, Presidente de Bianchi electronics.
—Por otro lado —se dirigió hacia sus acompañantes, mientras señalaba con su mano derecha a los invitados—, estos son Don Armando Arpegio, neurocirujano de renombre internacional así como amigo íntimo de nuestro amado Hermano, Roberto Beltrán y profesor de mi hijo en la universidad. La Señorita Teresa Rubio, afamada sexicóloga reconocida por cualquier caballero cabal.
Giacomo Cagliostro se levantó, presentándose como supremo gran comendador de la Orden de los Iluminados de Baviera. Saludó con un fuerte apretón de manos a Armando Arpegio y con un protocolario beso en la mejilla a Teresa Rubio.
Argimiro Casanova, Cónsul honorario de la Orden, en Iberia, hizo lo propio. Amanda Ortiz, Secretaria personal del monarca de la Orden de Malta, besó tanto al viejo profesor como a su colega en género.
Una vez fueron realizadas las presentaciones, todos se dirigieron a la biblioteca y tomaron asiento en sus sofás de cuero blanco. Los libros, de múltiples formatos y colores, adornaban la estancia en el interior de inmensas librerías, a cuyos más altos estantes tan solo era posible llegar gracias a unas gráciles escaleras, situadas estratégicamente, por medio de unos raíles tubulares.
Como mandan los cánones de la cortesía tomó la palabra Don Juan Carlos Herrera.
—Como creo que ya todos saben, ha sido mi propio hijo, quien nos ha puesto en contacto, aunque él no sabía que su padre perteneciera a la ilustrísima Orden de los Iluminatis, ¿También se nos conoce como tal?  —dirigió su pregunta, sin esperar respuesta, a Giacomo Cagliostro—, creo, excelentísimo Don Giacomo que debería usted tomar la palabra, tal y como le corresponde.
Tras un brevísimo silencio, Don Giacomo, con gran majestad tomó la palabra a fin de dirigir la improvisada reunión.
—Hace ya muchos años, nuestra venerable organización, venía detectando interferencias no deseadas en el transcurso de los benéficos fines en los que nos encontramos implicados. Existe una especie de jerarquía piramidal y en la que cada escalón tiene cierta autonomía. Existía, hasta hoy, una ciega confianza entre los eslabones de la cadena de la Gran Fraternidad Universal; pero el gran auge del amoral capitalismo en nuestro Mundo, nos había puesto sobre aviso; aunque nuestras investigaciones internas habían sido infructuosas, en un principio, hasta que... — se hizo un breve silencio—, hasta que nuestro desconocido Hermano, Roberto Beltrán, con sus lúcidas investigaciones nos proporcionó las claves que nos hizo descubrir a varios espías dobles que medraban en el interior de nuestra sagrada institución.
Don Giacomo Cagliostro hizo un gesto a su compañero Argimiro Casanova, mientras tomaba asiento. Este, con la cortesía debida, agradeció el ofrecimiento con un gesto y tomó la palabra.
—Como ha dicho nuestro bien amado Gran Maestre Don Giacomo Cagliostro, llevábamos algún tiempo con la mosca detrás de la oreja; pero no habíamos sido capaces de determinar el auténtico carácter de la amenaza que acechaba al futuro de toda la humanidad; pero ahora está todo muy claro. Los servicios secretos de las más diversas organizaciones religiosas se habían infiltrado  en todos y cada uno de los pilares de nuestra amada Orden. El Opus Universal, como brazo armado del papado,  los servicios secretos israelíes, británicos y norteamericanos. Un cóctel bastante explosivo —sonrió mientras vocalizaba estas últimas palabras—, antaño intentaron, lo propio, los Jesuitas. En definitiva, se encontraba en peligro la promesa de nuestros fundadores, los Templarios. Su afán por destruirnos, cambiándonos, ha sido tan enorme que no les ha importado que lo más inmoral del capitalismo inundase todos los ámbitos de nuestra convivencia como ciudadanos del Mundo; pero nuestra bella y excelentísima Compañera de Malta, Doña Amanda Ortiz, nos explicará con todo detalle como hemos llegado hasta aquí.
La elegante Amanda Ortiz tomó la palabra, repitiendo el gesto de cortesía de sus compañeros.
—Cuando llegaron, a nuestras vidas, las fructuosas investigaciones de nuestro amado Hermano, Roberto Beltrán, enseguida supimos que si algo así podía ser cierto, solo los servicios técnicos de la Orden de Inteligencia, conocida como la Rosa, podían estar al tanto de su evolución. Es por dicha causa que nos pusimos en contacto con el excelentísimo Don Javier de la Mata y Vergara, quien nos hizo saber sus dudas, que coincidían bastante con nuestras sospechas. El Gran Consejo de los Iluminados de Baviera determinó, creo que con buen criterio, descabezar las cúpulas de poder de las órdenes implicadas; pero nunca sin que antes, sus propios miembros, se pusieran al servicio de desentrañar la corrupción interna que nos manchaba desde Dios sabe cuando. Somos conscientes de que algunas cosas se nos han escapado de las manos. El control de las órdenes superiores sobre las inferiores no es siempre tan eficiente como desearíamos; y es por dicha circunstancia, por lo que ustedes están aquí.
Doña Amanda Ortiz tomó asiento mientras invitaba al Doctor Armando Arpegio para que tomase la palabra. El anciano Doctor sacó el pequeño artilugio de uno de los bolsillos de su abrigo, mientras se incorporaba de su asiento y lo mostraba a todos los asistentes.
—Queridos amigos, tengo mi más profundo respeto por ustedes y sus organizaciones; pero me temo que el ocultismo, las intrigas y las conspiraciones que a ustedes les siguen, a modo de estela, siempre se terminan volviendo en contra de ustedes. ¿Quién fue aquel que dijo que el fin justifica los medios? Maquiavelo, creo, el auténtico artífice de la política moderna. Yo entiendo que se haya querido dirigir, en tiempos, a la humanidad como si de un rebaño se tratara hacia un destino prefijado por algunos hombres sabios; pero ¿Saben? Yo creo, que además de que, prácticamente, hoy en día no es necesario, además es improductivo e inmoral. Casi todo el mundo, más o menos tiene un respetable nivel cultural y a ningún ser humano consciente de sí mismo le gusta que le manipulen o dirijan su existencia. Bien, aunque esa manipulación haya sido concebida, con un buen fin, dentro de un grupo de manipulación, como el de ustedes, discúlpenme si resulto ofensivo, por la propia idiosincrasia, es fácil que se generen grupos dentro de grupos que pertenecen a otros grupos que intentan llevar el ascua a su sardina. Bien, no quiero extenderme en un tema que desconozco y que además no me incumbe en absoluto. Esto que tengo en mis manos es un sofisticado desviador neutralizador de radiaciones electromagnéticas, concretamente de microondas moduladas con ultra bajas frecuencias. Señales que como veo ya conocen ustedes por sus propios medios y que siguen manipulando, de forma vil, a todos nuestros conciudadanos provocando trágicas e imprevisibles consecuencias. Eso es todo, señores.
El Doctor Arpegio puso el objeto que le entregara Teresa Rubio, en manos de Juan Carlos Herrera, su anfitrión. Este se incorporó y retomó la palabra.
—Bien, queridos hermanos y amigos, creo que todo lo tenemos ya meridianamente claro. Este artefacto, cuyos planos ya nos fueron remitidos por la Red de comunicaciones, pasará, de inmediato, a nuestra factoría de componentes electrónicos en Valencia. También realizaremos una potente campaña de marketing con el objeto de que pueda distribuirse de forma masiva.
Por último, Don Juan Carlos Herrera invitó a sus huéspedes a tomar unos licores de la tierra, servidos por su estirado mayordomo, y a continuación instó a Teresa para que pusiera el punto y final a la reunión que ya prácticamente estaba acabada.
—Queridos Amigos, les agradezco la confianza que depositan en mi persona. De hecho, nunca antes, a excepción de mi compañero Roberto, nunca nadie me había hecho sentir tan hospitalariamente; pero no quiero andarme por las ramas. Roberto Beltrán y su hijo se encuentran en grave peligro, me consta, y lo único que les pido es que hagan algo para proporcionarle la ayuda adecuada.
En ese mismo instante, uno de los diodos luminosos que adornaban la gema que le entregara Roberto comenzó a parpadear  con un rápido centelleó.
El Doctor Arpegio se quedó mirándolo primero, se levantó después y tomó a Teresa de la mano. A continuación salieron corriendo del local.
Los asistentes a la reunión salieron detrás de la pareja y se subieron en un gran mercedes blanco con matrícula diplomática de la Isla de Malta.

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