martes, 12 de abril de 2011
La Verdad
Antiguamente había un rey en esta misma ciudad de Sravasti. Ese rey se acercó a un hombre y le dijo:”Ven, buen amigo, ven y reúne en una plaza a todos los hombres de Sravasti que hayan nacido ciegos”. “Haré como dices, rey”, repuso el hombre. Obedeció a su señor y reunió en un campo cercano al palacio a todos los ciegos de Sravasti. “Y ahora, buen hombre, muestra a los ciegos un elefante”, ordenó el monarca. El hombre trajo un elefante, lo situó frente a los ciegos, les dijo que era un elefante y les pidió que lo tocaran. Unos tocaban la cabeza, otros una oreja, otros un colmillo, otros la trompa, otros la pata, otros el lomo, otros el pelo de la cola y así sucesivamente. Después, los ciegos fueron conducidos ante el rey, y éste les pidió que le dijeran cómo era un elefante. Los que habían tocado la cabeza dijeron: “Es como una olla”, los que habían palpado una oreja respondieron: “Es como una cesta de cribar”, los que habían tocado un colmillo aseguraron: “Es como una reja”, los que habían pasado sus manos por la trompa afirmaron: “Es como un arado”, los que habían acariciado el cuerpo sostenían que era como un granero, en tanto que los que sólo habían tocado una pata tenían la certeza de que era como una columna, y los que habían acariciado el lomo, que era como un mortero. Aquellos que palparon el pelo de la cola no tenían dudas de que era como una escoba. Y cada uno, empeñado en su creencia, los ciegos comenzaron a polemizar y a discutir violentamente, hasta llegar a las manos, mientras que el monarca les observaba sin poder reprimir la risa.
Extracto de “Siddharta. El Príncipe Iluminado” – Ramiro A. Calle
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