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jueves, 9 de febrero de 2012

El fantasma de la libertad - Francisco J. Rubia



Probablemente el hecho de que la eterna cuestión de la existencia o inexistencia de la voluntad libre sea de nuevo tema de discusión tanto en ciencia como en filosofía, tanto en teología o como en derecho, se debe a los experimentos realizados hace ya más de veinte años. Estos experimentos ponen en tela de juicio la existencia de la libre voluntad y están a favor del determinismo.

En 1965, dos neurólogos alemanes, Kornhuber y Deecke, registraron la actividad eléctrica de la corteza cerebral (electroencefalografía) de sujetos normales de manera continua mientras realizaban movimientos simples de los dedos (flexión) de manera libre, espontánea, autoiniciada. Observaron que aproximadamente un segundo (mil milisegundos) antes del movimiento se registraba un potencial negativo al que llamaron potencial motor preparatorio (bereitschaftspotential).

En 1983, esos resultados movieron a Benjamín Libet y sus colaboradores de la Universidad de California, en San Francisco, a preguntarse en qué momento previo al movimiento los sujetos tenían la impresión subjetiva de que iban a mover el dedo, con la firme convicción de que esta impresión subjetiva, reflejo de la voluntad libre de los sujetos, era la causa tanto de la actividad cerebral como del movimiento.
Para ello colocaron una esfera de reloj ante los sujetos alrededor de la cual giraba un punto rojo en la dirección de las agujas del reloj. Los sujetos tenían que decir en qué punto se encontraba el punto rojo cuando tenían la intención consciente de querer mover el dedo. Libet quería probar que la impresión subjetiva de voluntad de acción de los sujetos era la causa de la actividad cerebral y del movimiento. Para su sorpresa, esa impresión subjetiva ocurría unos trescientos cincuenta milisegundos después de que se produjera el potencial preparatorio motor y doscientos milisegundos antes de que se moviera el dedo. Por tanto, la actividad cerebral no era la consecuencia de la sensación subjetiva de voluntad de acción, sino que precedía a esa voluntad. Tanto el movimiento como la sensación subjetiva de voluntad eran el resultado de una actividad cerebral que se ponía en marcha de manera inconsciente mucho antes de que se produjeran ambos fenómenos.

De este experimento, se concluye que la intención consciente de los sujetos de realizar un acto específico no es la causa del movimiento, por lo que el clásico “libre albedrío” se convierte en una ficción cerebral. El cerebro general la impresión de que esa intención consciente es la causa de la acción, pero eso resulta ser falso.

En palabras del propio Libet: “La iniciación del acto voluntario libre parece comenzar en el cerebro de manera inconsciente, ¡mucho antes de que la persona sepa conscientemente que quiere actuar!”.

El neurofisiólogo William Grey Walter ya había realizado en 1963 un experimento con un proyector de diapositivas. Se reunieron distintos pacientes neuroquirúrgicos y les mostraron una serie de diapositivas apretando un botón para hacer avanzar la proyección cuando ellos quisieran, pero la cuestión es que el proyector no estaba conectado con el botón, sino directamente con cierta región de la corteza motora del paciente. Como es lógico, el resultado desconcertaba al paciente porque tenían la impresión de que el proyector se comportaba sin atender a causa alguna, anticipándose a sus decisiones. El proyector cambiaba a la siguiente diapositiva justo antes de que el paciente decidiese apretar el botón. El resultado de este experimento se adelanta a los experimento de Benjamín Libet. La consciencia de los actos voluntarios es posterior a la decisión tomada inconscientemente por el cerebro.

En estos experimentos, la presunta “libertad” del ser humano acababa de ser puesta en entredicho y, al parecer, aquellos autores que habían sido partidarios del determinismo al que el hombre estaba sometido como el resto del universo, terminaban teniendo razón. Y, además, esta vez no era una opinión, sino el resultado de un experimento que podía repetirse y arrojaba siempre los mismos resultados.

Que el cerebro fuese capaz de colocar antes la intuición consciente del acto motor como si fuese el origen de la actividad cerebral no era nuevo para Libet. Probablemente animado por la opinión de William James, padre de la psicología estadounidense, quien había advertido que saber cuál era la correspondencia entre un estado cerebral determinado y una determinada consciencia sería el mejor descubrimiento científico, la preocupación central de Libet se centró en intentar descubrir la relación entre la actividad cerebral y las funciones intelectuales.  Este científico ya había realizado experimentos anteriores con enfermos conscientes de que debían ser operados por su amigo el neurocirujano Bertram Feinstein. Como el cerebro no posee receptores para el dolor, una vez abierto el cráneo con anestesia local, se puede hablar con el paciente mientras se realizan experimentos con su cerebro. En realidad, los trabajos de Libet se concentraron en la relación temporal que existe entre la actividad neuronal de la corteza y la experiencia consciente.

Libet ya había constatado que un estímulo externo en la piel del sujeto necesitaba unos quinientos milisegundos para hacerse consciente, pero sus experimentos posteriores fueron aún más interesantes. Libet estimuló una determinada región de la corteza cerebral de una paciente para producirle un cosquilleo en la mano izquierda y, segundos después, le acarició la mano derecha. El sujeto tenía que decir que estimulación sentía primero o si sentían ambas al mismo tiempo. Libet esperaba que el sujeto necesitase esos quinientos milisegundos que él mismo había descubierto como necesarios para que se produjese una sensación consciente. Para su sorpresa, de nuevo, ambas estimulaciones fueron sentidas por el sujeto como simultáneas si la estimulación cerebral tenía lugar quinientos milisegundos antes que la caricia en la piel de la mano derecha.

Eso significaba que al acariciar la piel, la mente consciente colocaba la experiencia consciente quinientos milisegundos antes. Objetivamente, se tarda medio segundo en experimentar cualquier estímulo del entorno, pero el cerebro hace pensemos que experimentamos estos estímulos en el mismo momento en el que se producen. Nuestra percepción está desplazada medio segundo con respecto a la realidad.

A mi entender, estos experimentos, además de sorprendentes, significan que para el cerebro el tiempo real no tiene ninguna importancia o, quizás mejor, que si la percepción del tiempo “real” fuese un producto cerebral, no habría problema en entender que el cerebro tuviese la capacidad de modificar esa percepción a voluntad. Por cierto, tampoco el espacio real preocupa en absoluto al cerebro. La estimulación de una parte de la corteza somestésica, la región correspondiente a la mano, se siente en la mano, no en la corteza.

Contrariado con los propios resultados, Libet se planteó si desde la percepción consciente de la intuición de mover los dedos hasta el movimiento real, es decir en los doscientos milisegundos que todavía quedaban, aún se podía vetar el movimiento. Así dejaba una puerta abierta a la voluntad consciente, pero concluyó que si el veto consciente también era precedido por una actividad inconsciente del cerebro, ese veto no podía ser considerado un acto libre de voluntad.

Otro neurocientífico, William Calvin, lo decía así:”Ben Libet ha mostrado para consternación de todos que la actividad cerebral asociada con la percepción de un movimiento (algo llamado “potencial preparatorio”)… comienza un cuarto de segundo antes de que usted haya informado de que ha decidido realizar el movimiento. Simplemente, usted no era consciente de su decisión de mover, pero ese movimiento ya estaba en camino”.

[…] Más recientemente, en 2008, John-Dylan Haynes, del Centro Bernstein para Neurociencia Computacional de Berlín, en colaboración con miembros del Instituto Max Planck para Ciencias Cognitivas y Cerebrales Humanas de Leipzig, publicaron un trabajo titulado “Determinantes inconscientes de las decisiones libres en el cerebro humano”. Los autores constatan que transcurren hasta diez segundos antes de que una libre decisión de hacer un determinado movimiento se haga consciente. Previamente a esa consciencia, la actividad cerebral se registra tanto en la corteza prefrontal como parietal. Estos resultados indican que el potencial preparatorio registrado en experimentos anteriores se genera en la corteza motora suplementaria, pero que, previamente, ya hay actividad en otras regiones preparatorias del movimiento. Estos experimentos hacen aún más difícil plantear que la consciencia es la que determina la toma de decisiones y pone en tela de juicio de nuevo que el libre albedrío tenga alguna confirmación neurobiológica.

El fantasma de la libertad - Francisco J. Rubia

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