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miércoles, 2 de marzo de 2011

Filosofía del misántropo


Tenemos un buen amigo que es sociólogo, Martín vamos a llamarlo, y en una de las tantas conversaciones que solemos mantener le comenté lo interesante que podría ser que realizase un estudio respecto a las actitudes de los individuos en el metro de Madrid.

Cuando le comenté eso, me puso cara como de, entre incredulidad y sorpresa. Porqué me comentas eso, dijo. Yo le contesté con otra pregunta ¿Cuanto tiempo llevas utilizando el auto para desplazarte? Martín dijo, como sonriendo, ya ni me acuerdo del tiempo que hace. Durante un instante se mantuvo callado y al rato me insinuó que probablemente hiciera ese estudio que yo le había indicado. Ya que, al menos, podría resultar curioso.

A Martín no le volví a ver hasta pasado más de un año, ya que tuve que salir, por cuestiones de trabajo, fuera del país. Evidentemente, cuando regresé a Madrid una de las primeras cosas que hice fue buscar a mi amigo del alma.

Cuando nos encontramos, Martín había cambiado ostensiblemente y su peculiar alegría, pareciera como que se hubiese convertido en algo así como tristeza, melancolía o que se yo. Te veo cambiado le dije. Ya te digo, me contestó. Sí, amigo Aralba, hice lo que me dijiste antes de que marcharas a esas tierras bábaras que tanto te atraen, continuó. ¿De que hablas, pregunté? Enseguida entendí que Martín se había tomado al pie de la letra lo de aquel trabajo de sociología a realizar en el suburbano de la Capital de España.

Mientras el me contaba, yo permanecí a la escucha, sin apenas parpadear. Al principio no le di importancia, dijo, y empecé a trasladarme por metro a todos los lugares que iba. Sí, aunque parezca mentira dejé aparcado mi añorado auto para desarrollar una tarea que me llevaría cerca de un año. Terminé poco antes de que tú regresaras; pero transcurrido un poco de tiempo desde que empezara a utilizar ese vehículo subterráneo empecé a comprender que la gente, viajando en metro, se convertía en gentuza. Quedé asombrado cuando usó esa expresión tan poco habitual en Martín; no obstante permanecí callado esperando las próximas palabras del sociólogo y amigo.

Veía como la gente se comportaba como los buitres a la espera de conseguir algún asiento para reposar sus posaderas. No se conformaban con ocupar un lugar libre, en pié, dentro del vagón. No, yo observaba, como investigador que soy, los gestos y las caras. Les iba la vida en poder conseguir un asiento y si no lo conseguían se sonrojaban como si estuviesen avergonzados por ser más lentos que los vecinos que sí conseguían su preciado tesoro. Al rato, sus rostros se transformaban como en desprecio. Sí, aunque parezca mentira, yo veía, como si los pensamientos se pudiesen convertir en realidad, que hasta habrían matado por ello.

Permanecí expectante, mientras mi amigo continuaba su interesante relato. Cuando se sentaban sacaban un libro, si a ese tipo de mamotreto de seiscientas páginas se lo puede denominar así, y comenzaban a leer con fruición aquellas interminables novelas de ficción. Comencé a comprobar como miraban a las musarañas cuando algún anciano, embarazada o tullido subían al vagón. Es como si se hicieran los locos, para que aquella pobre persona no se fijase en ellos y tuviesen que ceder sus asientos. Poco a poco, al contrario del concepto rousseauniano, positivo, que yo tenía acerca del individuo humano, comencé a sentir desprecio por la especie a la que yo mismo pertenecía. Que débiles somos me decía. Si no tenemos grandes necesidades podemos parecer hasta nobles; pero cuando los individuos se masifican empieza a salir el animal que llevamos dentro. Mi propio egoísmo es más importante que la necesidad de nuestro vecino. Todos tenemos nuestros propios problemas. Que cada cual cargue con los suyos que es más importante mi comodidad que la imperiosa necesidad de los otros. Sí, yo veía a los antes pasajeros, ahora clientes del metro madrileño, como cornejas escabulléndose, observando de reojo para como espermatozoide, que le fuera la vida en ello, conseguir entrar en el óvulo que le proporcionara algo más de tiempo para seguir viviendo, aunque fuera en otra forma; en este caso concreto como ser despreciable ruín y mísero.

No salía de mi asombro, tras las palabras pesarosas de Martín mi Amigo del alma; pero eso no fue lo peor, sino lo que vino después, tras terminar su relato. Aralba amigo, me dijo, lo peor de todo no es lo que yo viera en unos y en otros, en los demás, sino lo que pude observar en mí mismo, pues poco antes de terminar ese trabajo que tu me propusieras, antes de tu marcha, hice un ejercicio de voluntad como de salir de mi propio cuerpo, no ya para observar a los demás sino a mí mismo y lo que descubrí es lo que me ha cambiado y me ha convertido en un ser taciturno y triste. Comprobé que todas aquellas canallas que cometían los demás, sin darme cuenta, yo también las realizaba y tras aquella sensación extraña abandoné mi investigación en el metro y regresé a mi auto de siempre como quien intentara salvarse de no se qué.

Desde entonces, Aralba, el aprecio que tenía por el Ser humano, pensando que era un Ser bueno en esencia, se convirtió en una misantropía, desprecio, que ya no me ha abandonado. Sí, me dijo, desde entonces me he negado a volver a coger el metro y no lo haré aunque la vida me vaya en ello. Si mañana ocurriera un desastre, mis párpados no soltarían una sola lágrima por una Especie animal que no merece sobrevivir, incluido yo mismo.

Tras aquella conversación con Martín, quedé terriblemente apenado; pero sobre todas las cosas, agredido emocionalmente. Desde que tuvimos aquella última charla no hemos vuelto a vernos. Quizá no me sienta cómodo ante la presencia de alguien que mantiene un concepto tan negativo, respecto al Ser Humano. Yo, sin embargo sigo cogiendo el metro para viajar; pero no obstante, veo con otros ojos todo lo que acontece a mí alrededor y tengo que estar de acuerdo, con Martín, en algo y esa Cosa no es digna de mi respeto.

ARALBA

2 comentarios:

  1. Aprender la profesión de filósofo ya no es un problema para nadie. Existen cursos de formación por doquier, que se adaptan a todas las necesidades, niveles y horarios. Nuestra sociedad debe ir abriéndose a nuevas disciplinas, para mejorar las condiciones y aprovechar las oportunidades.

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  2. Manda leches:

    O sea que en lugar de comentar mi artículo me ven como un futuro estudiante de su manipulada filosofía. ¿Se dan cuenta de lo que les digo? Todo el mundo intenta vendernos algo para sacarnos los cuartos o que reciban nuestros parabienes, aplausos y honores.

    No Señores de Filosofia, no voy a estudiar sus cursos, por contra podrían ustedes estudiar los míos QUE SON GRATUITOS. ¿Que les parece?

    Hace tiempo que me salieron capilares en las gonadas reproductoras.

    ARALBA

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