martes, 29 de marzo de 2011
Enseñanzas para una muerte serena - Ramiro Calle
El ego va conformando su densa y hasta tortuosa burocracia a medida que el niño va creciendo. Paulatinamente se va apuntalando. El niño comienza a sentirse aparte, se identifica con su estructura psicosomática, recibe unos patrones y modelos, incrementa su sentido de posesión e individualidad, es mediatizado por condicionamientos vivenciales, psicológicos y culturales, y va diseñando su esfera egocéntrica. Se siente propietario de su cuerpo, su mente, sus actividades, sus anhelos y sus logros. Se fortalece el sentimiento de “yo” y “mío”. Sobreviene el afán de distinguirse, destacar, competir y superar. Surgen las autoafirmaciones narcisistas, el denominado amor propio, el afán de imponerse y ser aprobado, considerado y ensalzado. El ego termina convirtiéndose en un fantasma voraz y hambriento, con su siempre particular incapacidad para ser satisfecho. El pensamiento y las acciones se ven determinados por el ego. La mente se hace excepcionalmente egocéntrica. Vivimos basándonos en el ego y no en nuestra realidad genuina; más en la imagen que en lo esencial. Es el culto al propio narcisismo, y no hay peores ni más sentidas heridas que las narcisistas. Como el ego es un ansioso coleccionista, nos preocupamos compulsivamente en acumular, en lugar de realizarnos como seres humanos. Incluso la relación con los demás se establece desde el ego y a menudo surge una infernal lucha de egos e imágenes. El ego siempre trata de retroalimentarse y, neuróticamente, fortalecerse, cueste lo que cueste, caiga quien caiga, aunque sea uno mismo el que termine desplomándose. Así es el ego: un fantasma difuso, indefinido, poderoso y peligroso. Se densifica más y más con la desmedida avidez, las desmesuradas reacciones egocéntricas, el odio y el resentimiento, el autoengaño y la falsa autoestima, el aferramiento a estrechos puntos de vista y las demandas obsesivas de seguridad, aprobación, prestigio e imposición. El ego puede tornarse en el peor de los tiranos, insaciable y despiadado. Nada hay que le detenga para conseguir sus propias satisfacciones. Despliega todo su afán de posesión, dominio, manipulación y soberbia. Crea infelicidad propia y ajena y, por supuesto, se niega a no perpetuarse por siempre y no puede aceptar en ningún caso la muerte.
Ramiro A. Calle
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Segun iba leyendo el artículo se me venía a la mente la fotografía de Gadafi, en representación de todos los Tiranos que existen y existieron. Los tiranos tienen un ego excesivamente hinchado que los convierte en niños grandes con mucho poder. En relidad, cuando tiranizan, guerrean y matan a sus semejantes no dejan de estar jugando. Hasta que no se doblegue al ego no podremos pasar a un estado de madurez espiritual y nuestras acciones seguirán produciendo mucho daño; tanto a nosotros mismos, como a los demás.
ResponderEliminarARALBA