miércoles, 14 de diciembre de 2011
Kaos Quántico - CONSPIRACION - 17 - Atrapado
Quien pretende manejar los hilos de nuestra vida, posiblemente, se encuentra, de nosotros, más cerca que nuestra propia respiración; pero somos incapaces de reconocerlo porque nuestra fe en la lealtad y en la amistad nos vuelve ciegos.
Recolector de Té (Ceilán)
*
17.-Atrapado
Una hermosa mujer entra en la cafetería. Vuelve su mirada una y otra vez hacia los parroquianos del lugar. Es evidente que está buscando a alguien. Su nerviosismo la delata.
Un anciano con la piel tostada y la cara arrugada se encuentra sentado en una de las mesas del lujoso café, tomando algún tipo de infusión derivada del té de Ceilán. De vez en cuando el anciano levanta su mirada y la dirige a la puerta principal del local. Es evidente que está esperando a alguien.
El anciano levanta su cabeza, una vez más. Observa a la bella mujer que ha entrado. No la conoce. Él espera a un joven de treinta y cinco años; pero el joven no aparece. La joven fija su mirada en el anciano, cuyo tupido bigote le concede una apariencia semejante a la de Einstein. El anciano ha captado su atención y se levanta de su asiento, dejando la taza humeante sobre su plato.
— ¿Y Roberto, no ha venido con usted?
—Está retenido —contesta la joven a la cuestión del anciano como si lo conociera de toda la vida—, ¿Es usted el Doctor Arpegio?
—Sí, jovencita; pero le ruego que me llame Armando —Afirmó el profesor mientras ponía una expresión de duda, como si esperase de su bella contertulia, una contestación del mismo signo.
—Me llamo Teresa soy...
—La psicóloga de Roberto —Interrumpió el Doctor Arpegio.
—Su amante o pareja diría yo —Replicó Teresa Rubio con un visible aire de preocupación.
Teresa Rubio sacó algo de su bolso de charol y lo ofreció al anciano Profesor.
—Siéntate, por favor, Teresa.
—No hay tiempo Doctor, tenemos que hacer algo y rápido, las vidas de Roberto y su hijo Miguel corren grave peligro.
Arpegio sonrió y le hizo un gesto a Tere para que le hiciera caso y se sentase. También pudo ver el medallón que Teresa llevaba alrededor de su grácil cuello.
—Insisto, Teresa, y tranquilízate. La vida de tu Amor no corre peligro y la de su hijo tampoco. Estamos tratando con gente poderosa; pero no se trata de asesinos.
Estoy convencido.
— ¿Cómo sabe usted...? —Preguntó Teresa desconcertada.
—Al parecer, tanto Roberto como yo teníamos conocidos comunes. Me he enterado hoy mismo. Además —el Profesor tomó con sus manos el medallón que la joven portaba—, disculpa mi atrevimiento; pero esto que llevas contigo nos llevará, cuando queramos, hasta donde el se encuentra.
—Uno de mis alumnos —intentó el Doctor responder a la inquietud de su interlocutora—, romano por más señas, es hijo de un poderoso funcionario de la embajada Italiana aquí en Iberia. Al parecer es un alto iniciado de la Orden de los Iluminados de Baviera y está al corriente de lo que sucede.
— ¡Usted está engañando a Roberto! —Dijo Teresa realizando un visible aspaviento.
—No, querida niña. Lo cierto es que todo ha sido muy rápido. Ese alumno del que te estoy hablando es muy amigo de otro de mis alumnos, que es a quien yo me dirigí en un principio. Su padre regenta la mayor empresa juguetera de la Comunidad Valenciana.
Bianchi, creo que se llama...
Se hizo un breve silencio, mientras el anciano jugueteaba con el objeto que Teresa le había ofrecido.
—Esto Teresa —interrumpió su silencio y dirigió su mirada al objeto que portaba—, ¿sabe de que se trata?
—Sí, Profesor, algo me dijo Roberto.
—Esto puede convertirse en un barato y adictivo juguete que impida que sigamos siendo manipulados por las gentes que han secuestrado a nuestro común amigo. Cuando le comenté a mi alumno lo que nos proponíamos Roberto y yo, él me comentó que su Padre le había mencionado algo parecido y me lo presentó. La Orden de los Iluminati, así se hacen llamar también, ha venido detectando, desde hace muchos años, que alguna facción, de orden inferior, ha tenido acceso a tecnologías de última generación y están actuando de forma individual e incontrolada.
— ¿Porqué confiaron en usted Doctor? —Preguntó Teresa extrañada.
—Tienes razón en hacer esa pregunta, hija mía, no fue por mí, en sí, sino por Roberto. Él es Masón del cuarto grado. Maestro del Arco Real de Jerusalén o algo parecido. Al parecer el padre de ese amigo de mi alumno conocía muy bien la carrera de Roberto en tan digna Orden. También sabía de sus investigaciones y de que estaba siendo vigilado por una organización periférica de la que no caí en preguntar su nombre. No sé mucho más Teresa; pero mi experiencia me dijo que podía confiar en aquel caballero. Ahora, como tú muy bien dices, ha llegado la hora de que nos dirijamos a la casa de mi alumno. Tenemos que hablar con su Padre para comprobar la viabilidad de este pequeño artefacto.
El Doctor Arpegio volvió a frotar el pequeño objeto que se encontraba en sus manos, como si de algún modo, al hacerlo, pretendiera que saliese algún tipo de Genio o algo parecido.
—Por cierto Teresa —miró a la joven—, ¿habrás traído tu automóvil?
—Sí, si no se lo ha llevado la grúa..., lo he estacionado justo enfrente de la cafetería.
*
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