TINDÁREO. - ¿En presencia
de éste puede llegarse a disputar de sabiduría? Si las acciones buenas y las
malas son evidentes para todos, ¿qué hombre fue más insensato que él, quien no
atendió a lo justo ni se atuvo a la ley común de los griegos? Pues, una vez que
Agamenón exhaló su vida herido por mi hija en la cabeza, una acción de los
abominable -que no aprobaré jamás-, él habría debido entablar un proceso
criminal, prosiguiendo una acción legal legítima, y expulsar del palacio a su
madre. Habría mostrado su prudencia en la desgracia, se hubiera amparado en la
ley y habría sido piadoso. Ahora en cambio ha incurrido en la misma fatalidad
que su madre. Pues, aunque justamente la consideró perversa, él se ha hecho más
perverso al matarla. Te preguntaré, Menéalo, sólo esto: si a uno le asesina la
mujer que comparte su lecho, y el hijo de éste mata luego a su madre, y luego
su hijo va a vengar el crimen con el crimen de nuevo, ¿hasta dónde va a llegar
el final de los males? Bien dispusieron eso nuestros antepasados de antiguo: a
quien se encontraba reo de sangre no le permitían mostrarse ante los ojos de
los demás ni salir a su encuentro, y dejaban que se purificase en el desierto,
pero no lo mataban. Pues siempre habría uno incurso en el crimen, el que
hubiera manchado su mano en el último derramamiento de sangre.
Yo odio, desde luego, a
las mujeres impías, y la primera a mi hija, que asesinó a su esposo. Y a
Helena, tu esposa, jamás la alabaré, ni le dirigiría la palabra. No te envidio
a ti que, a causa de una perversa mujer, fuiste a la tierra de Troya. Pero
defenderé, en la medida de mis fuerzas, la ley, tratando de impedir ese
instinto bestial y sanguinario, que destruye de continuo el país y las
ciudades.
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