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miércoles, 20 de junio de 2012

Vivencias y correrías de un joven pellejo - 1



Era un día soleado, las nubes, aisladas unas de otras, dibujaban formas sencillas cuyos contornos se difuminaban con la maravillosa claridad del cielo azul. A pesar de estar inmersos en pleno verano, el día parecía sacado del ideal de primavera que todos tenemos en nuestra cabeza, incluso en nuestro corazón. Así también se mostraban los sentimientos de  “el chasis”, éste seudónimo  le venía dado  por la extrema delgadez de su constitución física, pese a ello, poseía una inusitada fuerza, la cual emergía como desencadenante de su marcado nerviosismo, la estructura de su cuerpo podría calificarse de fibrosa, los músculos, sin ser en ningún momento voluminosos, se marcaban detallada y escrupulosamente, de tal forma que podría estudiarse  en él la anatomía humana perfectamente, sin necesidad alguna de cualquier tipo de disección.

Aquel día estaba decidido a poner los puntos sobre las íes, se dirigía a la “fiesta-barbacoa” que se organizaba en un entorno paradisíaco de la sierra norte de la Comunidad de Madrid. Allí se encontraban todos sus ex–compañeros de facultad, una fauna heterogénea así como extraordinariamente compleja. Como ocurre en cada uno de los grupos sociales a los cuáles cada uno de nosotros pertenecemos, se puede clasificar en subgrupos a los cuáles podríamos denominar como  “amigos”, “enemigos”, “personas de poco contacto”, “rolletes” y por supuesto, no podría faltar “el amor de su vida”.

Habían quedado a las 8 de la mañana para ocupar prefabricados de barbacoas y organizar todo el entramado que conllevaría el desarrollo de aquella reunión lúdico-festiva, que, a saber, constaría de una desorbitada “comilona”, más propia de seres carnívoros debida a la excesiva sobredotación de provisiones cárnicas enfatizado por la total ausencia de otro tipo de comestibles, a excepción de la amplia gama que ofrecía la marca matutano. Dichas provisiones serían bañadas por lo que en aquellos círculos se denominaba “zumo de cebada”, la única marca aceptada era mahou, a la cual cada uno de ellos veneraba como si de un fastuoso dios propio de religiones ancestrales se tratara. Aunque la mayoría se hacía eco de una marcada postura “pro-sedentaria”, no podía faltar la fiesta balompédica por excelencia, donde habitualmente los sujetos masculinos mostraban al mundo su inusitada falta de coordinación visomotora, visoespacial, etc, más propia de un partido de fútbol a favor de la droga  que de una pachanguita entre muchachos que aún se hallaban en una prometedora edad….

Por supuesto, aunque la mayoría había formado parte en alguna organización a favor de la lucha contra cualquier tipo de drogadicción, el hachís iba a ser el condimento más  utilizado para “sazonar” la mencionada barbacoa, y en menor medida, los autodenominados “verdaderos experimentadores de la vida” regarían sus sueños con mitsubishis y farlopa en cantidades más cercanas al infinito que a la auténtica moderación.

Pero todos sabían que “el chasis” iba a llegar tarde, como así fue, cuatro horas después hacía acto de presencia en su destartalado SEAT panda, de color rojo, y cuya apariencia automovilística parecía ahondar por momentos en el averno más execrable que uno pudiera imaginar. Con su tez morena bañada por un tibio sudor, “el chasis” caminaba lentamente hacia lo que parecía ser una algarabía de ruidos, voces, improperios e injurias enemigas del hieratismo más absoluto. Al acercarse primeramente divisó al ser que más le había ayudado, acompañado, comprendido y adoctrinado en la vida, era “ el efímero”, tal apodo respondía a la incapacidad que tenía el resto de seres humanos en seguir su conversación cuando ésta se tornaba en trascendental , sólo capaces de entenderle durante unos escasos momentos. Se lo encontró apoyado en un árbol, con su atrayente sonrisa irónica, ejerciendo  ésta de infalible juez, (el chasis sabía que cuando se la dedicaba a él rezumaba alegría, sinceridad y honestidad), primero estrecharon firmemente sus manos y posteriormente estrecharon sus pechos uno contra el otro en forma de amistoso y cariñoso abrazo. Pasaron rápidamente del hola y del tema laboral a otros argumentos que rayaban la abstracción más etérea posible. Este tipo de conversaciones solían caracterizarse por la agudeza de su contenido, la  prodigiosa heterogeneidad  de los temas, la inexistencia de fronteras entre los mismos, (más bien se difuminaban unos con otros) y la rauda y velocísima respuesta con la que abrazaban las pertinaces interrogantes del otro. Solía ocurrir que éste tipo de situaciones comenzaban siendo escuchadas por numeroso público , el cual , a los pocos minutos comenzaba a criticar cualquier tipo de comentario entre los dos amigos (curiosa reacción del que se siente herido por no ser capaz de entender ni una sola frase , como si de un extraordinario mecanismo de defensa se tratase), pero ellos seguían a lo suyo haciendo caso omiso de los comentarios que apenas conseguían llegar al pabellón auditivo de los que se sentían protagonistas del curioso espectáculo , como si alrededor de ellos sólo existiese el vacío y la no materia. La consecuencia de éste tipo de comportamiento era el desalojo prematuro de los espectadores, sintiendo que sus afiladas lanzas apenas inquietaban a sus humanas dianas.

Una vez satisfecha su necesidad de comunicación, y colmando plenamente sus ansias de saber interno, habiendo desnudado su felino inconsciente, procedía a habilitar su cara superficial , aquella que le proporcionaba un placer más físico (no sexual), materializado en conducta social.  Era sabido que el chasis era poseedor de numerosas habilidades de carácter social, los cuales le proporcionaba una amplia red de “colegas” (que no amistades), saludó a todos ellos efusivamente, pues no obstante llenaban una importante faceta de su vida, todos ellos eran magníficas personas, pero tenía claro que su implicación no era del todo perfecta, el “colegueo”  con estos compañeros le proporcionaba momentos de indescriptible satisfacción, pero era sabedor de que en cuanto la relación pretendía ahondar un poco mas en la “profundidad de los avernos insondables” y traspasaba un cierto umbral la comunicación se forraba de rugosas barreras y la situación se envolvía de fastidiosa incomodidad. Se contaron numerosas historias de tiempos pasados, las risas fluían como borbotones de sangre ante una mortal herida arterial, las caras se desenfundaban de tiranteces musculares y dejaban entrever hoyuelos laterales maximizados en frondosas carnes. Entonces, nuestro protagonista , quizás aturdido por la faceta primero euforizante y después depresora (aunque siempre perturbadora) del alcohol , elevó la mirada y se centró en una imagen quizá tocada por la divinidad, su semblante dejaba adivinar que quizá el  deseado secreto de la anhelada perfección se había hecho materia en aquella figura humana . En efecto , era “la finolis” , pseudónimo sobrevenido por la exagerada similitud de sus gestos a los que efectuaban las mujeres que habitaban la corte francesa en los siglos XXVII  y XVIII,  gráciles , cuidados , esmerados y volatineros. De una feminidad exquisita, una educación culta y refinada, ésta muchacha atraía  la mirada de cualquier mortal que osaba cruzarse alrededor de su espacio físico, la mirada de sus achinados ojos negros era fría aunque nunca despectiva. Sus carnosos labios rojos enfatizaban una sonrisa bella y mordaz, que dejaba adivinar la extraordinaria blancura de sus dientes de marfil. Su piel era suave como el tacto de una preciosa flor que acoge en sus pétalos las gotas del rocío estival. Su carácter amistoso y afable enloquecía a todo su círculo social.

El chasis, al divisarla, sintió como si su corazón quisiese batir el record del mundo de latidos por minuto, parecía como si su aurícula se hinchase de tal forma que pretendiese salir de su prieto pecho y conocer el mundo circundante, su rostro se sonrojó de tal manera que cualquiera que le mirase le podría confundir con un piel roja o con uno de esos caramelos de fresa rellenos de chicle y con palito , marca Kojak. Se dirigió hacia ella, la conversación circulaba sobre temas de poca importancia; él , con los ojos brillantes y esbozando una tímida sonrisa estúpida , articulando las frases de forma torpe y entrecortada; ella, fría y distante, sabedora de la superioridad de su posición, del extraordinario dominio de la situación. A los pocos minutos, “el chasis”, dándose cuenta de lo que ocurría, y dejando que sus sentimientos fueran esclavos de la derrota, afiló su arma más temida y mortífera, surtiendo de forma inesperada y alevosa a su amada de una amplia gama de comentarios sarcásticos, a lo cual no pudo nuestra delicada damisela más que responder con una feroz huída en forma de  pertinaz retirada.

Sus “coleguitas”, que estaban observando tamaño espectáculo , bajaron sus cabezas aletargadas por el alcohol, y avergonzados reprocharon a nuestro protagonista su inusitada desfachatez , y el bombardeo masivo de sarcasmo que había propinado a tan tierna y frágil persona.


Pero como no hay mal que por bien no venga, una vez que el alcohol había ejecutado sus devastadores efectos en “el chasis”, y todo era algarabía, risas y desenfreno,  comenzó la actuación de esos seres que esperan el mínimo descuido para efectuar una fiera dentellada en la debilidad circunstancial de quienes son su marcado objetivo. En efecto “la abeja maya”, (denominada así porque gustaba de ir de capullo en capullo), “la John Wayne” (mote proveniente de sus marcadas cartucheras), y “la tacañona” (pseudónimo que facilitó su extraordinaria frialdad y amargura, aunque poseedora de una sensacional belleza), comenzaron a hacer de las suyas, desarrollando las más anquilosadas tácticas y llegando a límites que rozan con el descaro y la desvergüenza. Debido al estado etílico que embargaba al protagonista de esta historia, la libido le había subido hasta niveles asintóticos tendentes al infinito. Estuvo a punto de caer en las extorsionadoras garras de “la tacañona”, pero en el último suspiro, (momento análogo a la sorprendente campanilla que anuncia el final del combate, o al de esa ruidosa y desgarradora sirena que publicita el final de un partido de baloncesto), sonó el móvil de dimensiones extravagantes y cercanas a las del reloj que existe insertado en la puerta del sol . Era su amiguita con derecho a roce, “la tetas” (apelativo indudablemente ligado a las extraordinarias dimensiones de sus turgentes pechos), la cual le instaba a quedar al día siguiente entre sollozos y llantos, haciendo referencia a la taladrante soledad que la estaba maltratando.

Gustavo Adolfo Puerta
Obra Registrada

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