martes, 4 de octubre de 2011
La Revolución - Slawomir Mrozek
En mi habitación la cama estaba aquí, el armario allá y en medio la mesa.
Hasta que esto me aburrió. Puse entonces la cama allá y el armario aquí.
Durante un tiempo me sentí animado por la novedad. Pero el aburrimiento acabó
por volver.
Llegué a la conclusión de que el origen del aburrimiento era la mesa, o mejor
dicho, su situación central e inmutable.
Trasladé la mesa allá y la cama en medio. El resultado fue inconformista.
La novedad volvió a animarme, y mientras duró me conformé con la incomodidad
inconformista que había causado. Pues sucedió que no podía dormir con la cara
vuelta a la pared, lo que siempre había sido mi posición favorita.
Pero al cabo de cierto tiempo, la novedad dejó de ser tal y no quedó más que la
incomodidad. Así que puse la cama aquí y el armario en medio.
Esta vez el cambio fue radical. Ya que un armario en medio de una habitación es
más que inconformista. Es vanguardista.
Pero al cabo de cierto tiempo… Ah, si no fuera por “ese cierto tiempo”. Para ser
breve, el armario en medio también dejó de parecerme algo nuevo y
extraordinario.
Era necesario llevar a cabo una ruptura, tomar una decisión terminante. Si dentro
de unos límites determinados no es posible ningún cambio verdadero, entonces
hay que traspasar dichos límites. Cuando el inconformismo no es suficiente,
cuando la vanguardia es ineficaz, hay que hacer una revolución.
Decidí dormir en el armario. Cualquiera que haya intentado dormir en un armario,
de pie, sabrá que semejante incomodidad no permite dormir en absoluto, por no
hablar de la hinchazón de pies y de los dolores de columna.
Sí, esa era la decisión correcta. Un éxito, una victoria total. Ya que esta vez,
“cierto tiempo” también se mostró impotente. Al cabo de cierto tiempo, pues, no
sólo no llegué a acostumbrarme al cambio -es decir, el cambio seguía siendo un
cambio-, sino que al contrario, cada vez era más consciente de ese cambio, pues
el dolor aumentaba a medida que pasaba el tiempo.
De modo que todo habría ido perfectamente a no ser por mi capacidad de
resistencia física, que resultó tener sus límites. Una noche no aguanté más. Salí
del armario y me metí en la cama.
Dormí tres días y tres noches de un tirón. Después puse el armario junto a la
pared y la mesa en medio, porque el armario en medio me molestaba.
Ahora la cama está de nuevo aquí, el armario allá y la mesa en medio. Y cuando
me consume el aburrimiento, recuerdo los tiempos en que fui revolucionario...
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