martes, 11 de octubre de 2011
Kaos Quántico - CONSPIRACION - 15 - Persecución II
El copiloto del automóvil estacionado, Comadreja, se puso en comunicación con el gran dignatario americano de la Orden de la Rosa para comunicarle el final de la cacería; pero el alto mandatario decidió poner cierto orden y cordura a la real situación.
—Ojo al dato Comadreja que aún no tenemos al conejo; aunque es posible que se deje capturar, si el ordenador de su vivienda ha conectado con el automóvil que conduce... Tenemos en nuestro poder a su gazapo. Sean prudentes, no utilicen la violencia y traigan a Conejo Blanco intacto.
— ¡Entendido Jefe!
En una de las callejuelas de la Corredera, antiguo barrio chino de Madrid, a la derecha de la Gran vía; había un automóvil negro atravesado en la calle del Barco.
El automóvil que conducía el Ingeniero, tuvo que dar un frenazo y que hizo virar al automóvil un ángulo de noventa grados, quedando su morro orientado a una boca calle y a muy pocos centímetros de su lateral, el morro del vehículo negro atravesado.
Roberto Beltrán, como una exhalación, lanzó a su acompañante el pequeño artefacto electrónico.
—Teresa rápido —dijo—, conduce tú. Yo me bajo en este apeadero. Ya te he dicho donde he quedado con Armando Arpegio. Por favor, entrégale esto..., vete ya.
—No pienso abandonarte a tu suerte —interrumpió Teresa—, estamos juntos en esto.
—Tere, por favor, no seas melodramática ahora. Si quieres ser útil, haz lo que te digo. No te desprendas de este medallón —Roberto colocó un pequeño colgante alrededor del cuello de Teresa—, estaremos en contacto.
Roberto cerró con fuerza la puerta del automóvil de Teresa, mientras los ocupantes del automóvil negro salían de éste, armados con sendas pistolas equipadas con silenciadores.
Teresa instó a Calvito a que tomase los mandos del coche por emergencia de prioridad Uno. El vehículo gobernado por su ordenador arrancó y marchó de aquel lugar a la máxima velocidad que le permitieron aquellas estrechas calles. Mientras tanto, Teresa, fue pasándose al asiento del conductor para terminar tomando los mandos de su vehículo.
Roberto Beltrán permanecía inmóvil, ante sus captores, con los brazos semi alzados.
A los pocos segundos, Zorro Rojo llegó junto a Comadreja separándole de aquel, tan solo, el medio metro cuadrado que ocupaba el cuerpo de Roberto Beltrán.
Sus captores le invitaron a subir en uno de los vehículos, mientras le apuntaban con sus negras pistolas. Roberto aceptó, con una sonrisa y sin oponer resistencia alguna, ante una invitación tan difícil de rechazar.
“Pronto estaré junto a mi Hijo, eso es lo único que importa” —Pensó.
El automóvil salió de la encrucijada que suponía la Corredera desembocando en la Gran Vía, dirección hacia el Paseo de la Castellana. Tras una media hora de sepulcral silencio y durante la cual tan solo se dirigieron, los ocupantes del vehículo, breves miradas, llegaron hasta la Avenida de Burgos.
Allí, ante un edificio acristalado, negro como el azabache, paró el automóvil y sus ocupantes se dirigieron hacia la séptima planta.
Una vez arriba, tras salir del amplio ascensor, frente a la entrada, Roberto pudo leer los caracteres griegos que había grabados en una placa de bronce situada en la puerta.
Roberto Beltrán desconocía aquel lugar.
La puerta se abrió sin que nadie hubiese pedido la entrada, lo que le hizo suponer, a Roberto, que estaban siendo observados mediante cámaras de televisión situadas estratégicamente.
Cuando Roberto Beltrán penetró en la inmensa dependencia, pareció quedarse sin habla. Su rostro mudó al blanco de la nieve. Sus ojos parecieron salirse de las órbitas y su labio inferior se relajó dejando ver la encía de sus dientes inferiores.
La incredulidad de lo que veía y la sorpresa de lo imposible le hicieron negar lo que sus propios ojos le estaban mostrando.
— ¡Ja, Ja, Javier...! —Gritó en su interior, saliendo al exterior unas pocas e imperceptibles sílabas, al contemplar a la persona que había salido a su encuentro.
*
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